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PIEDAD VIÑAS-WASHINGTON
La muerte de dos presos afganos por las patadas y golpes que les propinaron sus captores estadounidenses se convierte ayer en el, por ahora, último capítulo del vergonzoso escándalo de las torturas que persigue a los soldados de Estados Unidos.

Los tristes protagonistas de la historia son dos reclusos identificados como Dilawar y Mullah Habibullah que fallecieron en diciembre de 2002 a causa de las repetidas palizas de sus guardianes, según informes del Ejército de Estados Unidos que permanecen clasificados pero que fueron revelados ayer por el diario «New York Times».

Los dos prisioneros fueron encadenados al techo, pateados y golpeados en muchas ocasiones. Uno de los presuntos responsables de las muertes, el soldado raso Willie Brand, reconoció haber golpeado hasta 37 veces a Dilawar.

Brand fue acusado de homicidio sin premeditación en una audiencia cerrada celebrada en febrero pasado en el estado de Texas.

Los informes desvelan que se le acusa concretamente de haber mutilado y asesinado al prisionero «destrozándole el tejido muscular de la pierna con patadas... en la rodilla».

Los documentos recogen el testimonio de un médico que aseguró que las palizas a Dilawar fueron tan fuertes que «aunque hubiese sobrevivido, le tendrían que haber amputado las dos piernas». Los hechos ocurrieron en el puesto de control de Bagram, a unos 64 kilómetros al norte de Kabul.