Su único punto de apoyo, más allá de su partido, Forza Italia, ha
sido la Liga Norte de Umberto Bossi, que le animó una y otra vez a
no dimitir para que no cayera en la trampa que supuestamente le
estaban tendiendo sus otros aliados.
Como estaba previsto en el guión de su reciente dimisión,
Berlusconi recibió el encargo de encabezar un nuevo Ejecutivo por
parte del presidente de la República, Carlo Azeglio Ciampi, al
término de las consultas abiertas con todas las fuerzas
políticas.
Se ponía fin, de esta forma, a una crisis que Berlusconi trató
de eludir y que sólo accedió a abrir formalmente después de que sus
socios democristianos de la UDC abandonaran el Gabinete y
amenazaran con hacer lo mismo los de la derechista Alianza Nacional
(AN).
En medio de este ambiente de desconfianzas y mutuas amenazas se
ha escenificado la crisis del Gobierno más duradero de la historia
republicana de Italia, que para mayor visibilidad ha coincidido con
la muerte del papa Juan Pablo II y la elección de su sucesor,
Benedicto XVI. Con el encargo de formar Gobierno, Berlusconi se ha
dirigido a la Cámara de Diputados y al Senado para fijar con sus
respectivos presidentes las fechas del debate programático y de la
votación de confianza, previstas para comienzos de la próxima
semana.
Antes tendrá que nombrar a su Ejecutivo, que según ha reiterado
tiene ya prácticamente cerrado con el acuerdo de sus aliados, con
los que ha mantenido reuniones sucesivas mientras el jefe del
Estado consultaba su designación con las fuerzas políticas.
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