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EFE-WASHINGTON
La ex espía estadounidense Valerie Plame rompió ayer su casi total silencio al declarar ante el Congreso que la divulgación de su identidad por altos cargos de la Casa Blanca fue una irresponsabilidad con una motivación «puramente política».

Hoy tuvo esa oportunidad ante la audiencia del Comité de Supervisión y Reforma del Gobierno de la Cámara Baja, que en sí fue una muestra del poder de los demócratas para indagar en asuntos que el Gobierno preferiría que se olvidaran.

Han pasado ya casi seis años desde que la vida paralela de Plame saliera a la luz pública en una columna del periodista conservador Robert Novak, pero hasta ahora la empleada de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) no había explicado lo que ese acto supuso para ella.

El objetivo era desacreditar a su marido, el ex embajador Joseph Wilson, que había criticado las razones dadas por la administración de George W. Bush para invadir Irak.

En 2002, la CIA envió a Wilson a investigar si el entonces presidente iraquí, Sadam Husein, había intentado comprar uranio de Níger, una información que se originó en la oficina del vicepresidente de EEUU, Dick Cheney, según testificó Plame bajo juramento, pero su marido concluyó que era falsa.

Aun así, un año después, el presidente Bush reiteró esa acusación en el discurso sobre el Estado de la Unión en enero de 2003, tres meses antes de que el primer misil Tomahawk reventara la noche de Bagdad.

Wilson divulgó el resultado de su informe en un artículo de opinión, lo que hizo sonar todo tipo de alarmas en la Casa Blanca, como se ha sabido en el juicio de Lewis Libby, el «brazo derecho» de Cheney, declarado culpable de perjurio y obstrucción a la justicia la semana pasada. A nivel profesional significó el fin de su carrera como agente secreto.