Preguntado si aceptaría esa idea, Bush fue tajante: «No. Diré de lo que estoy a favor. Estoy a favor de que nos sentemos y hablemos sobre la forma de avanzar». Con esas palabras definió la contrapropuesta estadounidense, anunciada por el propio Bush la semana pasada en Washington: reunir a los 15 países más contaminantes para que juntos determinen un límite mundial a las emisiones.
La canciller alemana, Angela Merkel, había presionado hasta el último minuto para conseguir que la Casa Blanca diese su brazo a torcer, pero ayer el propio presidente George W. Bush descartó cambiar su posición. Merkel quería un acuerdo por el que los ocho grandes se comprometieran a no dejar que la temperatura mundial aumente más de dos grados centígrados.
«La meta no puede definirse aquí porque sólo incluiría a los países del G8», subrayó el consejero de Seguridad Nacional norteamericano, Stephen Hadley. Jim Connaughton, el principal asesor ambiental de Bush, remarcó: «Estados Unidos podría poner un límite a sus emisiones, junto con Europa, pero si los otros países importantes no forman parte de esa ecuación las industrias nuestras que usan mucha energía se trasladarán a esos otros países».
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