Los miles de turistas que cada día se acercan al palacio de Westminster, sede del Parlamento británico y uno de los puntos más visitados de la ciudad, observarán durante esta semana a cuatro operarios suspendidos con cuerdas frente al famoso reloj.
Los encargados de la limpieza dedicarán una jornada a cada una de las cuatro caras del Big Ben, en lo alto de la Torre de Isabel, de 95,7 metros.
Cada una de esas caras está compuesta por 312 piezas de fino vidrio opalino de color blanco, ensambladas en un marco de hierro fundido.
«Es un proceso complejo que requiere verdadera destreza en las alturas. Contamos con un equipo de expertos que se asegurará de que el reloj queda perfectamente limpio. Se trata de una pieza del patrimonio nacional que debemos salvaguardar para las futuras generaciones», explicó Steve Jaggs, responsable de mantenimiento del Big Ben.
Aunque las agujas estarán detenidas durante las labores de los operarios hasta el jueves, o bien hasta el viernes si las condiciones meteorológicas retrasan la tarea, el mecanismo interno del reloj continuará funcionando sin interrupción.
«Como se puede ver, las manecillas han quedado paradas en las doce en punto para mantenerlas fuera del camino de los limpiadores», dijo Jaggs a la cadena BBC.
La gran campana de 16 toneladas que da nombre al Big Ben seguirá marcando las horas con puntualidad británica, por lo que los operarios trabajan con un equipo especial para aislarse del ruido.
Unos 10.000 turistas y londinenses acceden cada año al interior de la Torre de Isabel, una visita gratuita para la que es necesario apuntarse a una lista de espera que en ocasiones alcanza los cuatro meses.
El reloj del Big Ben se inauguró en abril de 1859, si bien no comenzó a funcionar hasta finales de mayo de ese año, debido a que las agujas de hierro originales resultaban demasiado pesadas y fueron sustituidas por otras más ligeras de cobre.
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