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El expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva se entregó el sábado a la policía, después de un día de resistencia a ir preso y comenzar a cumplir una condena de 12 años de cárcel por corrupción que echa por tierra su deseo de volver al poder.

El líder izquierdista de 72 años fue trasladado vía aérea fuertemente custodiado a la ciudad sureña de Curitiba, tras abandonar la sede del sindicato de trabajadores metalúrgicos en Sao Bernardo do Campo, donde se había refugiado mientras su defensa intentaba todos los recursos legales para evitar su detención. En Curitiba, donde fue procesado y condenado a fines del 2017, fue llevado a la sede de la Policía Federal, donde sus seguidores se enfrentaron con efectivos de seguridad que usaron granadas paralizantes, gases lacrimógenos y balas de goma para dispersarlos.

Horas antes, en un discurso encendido y emotivo ante decenas de simpatizantes de su Partido de los Trabajadores congregados en frente del edificio sindical, Lula insistió en su inocencia y calificó su condena por soborno como un crimen político, pero igualmente dijo que se entregaría. «Voy a cumplir con el mandato», afirmó el primer presidente de clase trabajadora de Brasil mientras era aclamado por la multitud. «No estoy por encima de la ley. Si no creyera en la ley, no habría comenzado un partido político. Hubiera empezado una revolución», añadió.

Lula, que se enfrenta seis juicios más por acusaciones de corrupción, finalmente accedió a salir de la sede sindical y fue trasladado en un convoy de camionetas negras policiales. Se entregó más de 24 horas después de la fecha límite de la corte el viernes por la tarde.

El encarcelamiento de Lula remueve a la figura más influyente de la política brasileña y al favorito para las elecciones presidenciales de este año, dejando la contienda abierta y fortaleciendo las oportunidades de otros aspirantes, de acuerdo a analistas y enemigos políticos. También marca el fin de una era para la izquierda brasileña, que mostró su fuerza a las afueras de la sede sindical en la zona industrial de Sao Paulo, donde comenzó su carrera política hace cuatro décadas.

La multitud de seguidores, que comenzó a reunirse cuando Lula llegó al lugar el jueves por la noche, disuadió a la policía de intentar arrestarlo a la fuerza y aumentó las preocupaciones sobre un violento enfrentamiento. Bloquearon el primer intento de Lula de abandonar el edificio del sindicato el sábado por la tarde al agolparse sobre los miembros del partido que trataban de abrir la puerta de su automóvil para que se fuera. La jefa del Partido de los Trabajadores, Gleisi Hoffmann, les rogó que lo dejaran salir.

«Saldré fortalecido»

Lula fue condenado por recibir sobornos de una constructora, incluyendo fondos para la reforma de un departamento frente al mar del que niega ser dueño, a cambio a ayudarle a conseguir contratos con compañías estatales.
«Soy la única persona procesada por un apartamento que no es mío», insistió Lula, parado sobre un camión junto a su sucesora, Dilma Rousseff, y líderes de otros partidos de izquierda. «Cuanto más me atacan, más cerca estoy del pueblo brasileño». «La historia va a probar que ellos están equivocados, ustedes van a ver que salgo fortalecido de esto y que soy inocente», dijo Lula frente a sus fieles seguidores, algunos de los cuales acamparon desde la noche del jueves en las afueras del edificio sindical para apoyar a su líder. Poco después de dar su discurso, Lula sintió un malestar y fue asistido por un médico, pero luego se recuperó. «Él ya está bien, fue el calor», dijo Hoffmann.

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