El mundo mira en vilo a Afganistán ante el ascenso del fundamentalismo de los talibán, un término que proviene del pastún y se traduce literalmente como «estudiantes», aunque su plural se transfiere del árabe en un sentido más específico como «estudiante religioso», «novicio» o «seminarista». No es de extrañar esta connotación pues su popularidad se trama directamente desde las madrasas fundamentalistas instaladas en amplias zonas de Afganistán y Pakistán. Allí se enseñan los preceptos que rigen su mundo y que refuerzan el apoyo total de los militantes a la causa, incluso a riesgo de perder la vida.
Los viejos talibán son una de las consecuencias del intento de invasión de Afganistán por parte de la Unión Soviética. Los veteranos de esa contienda iniciada al principio del último tercio del siglo XX entraron en confrontación con otros grupos muyahidines, unas veces enfrentados por el posicionamiento religioso y otras más bien por el dominio del terreno, y paulatinamente afianzaron su dominio a base de sangre y dolor.
Su fuerte enraizamiento en zonas rurales y un avance sostenido en las urbes culminó en una toma por las armas del país, y en 1996 establecieron un régimen con el objetivo de combatir el «libertinaje» considerado habitual y modo de vida establecido en las sociedades occidentales, que son vistas como su principal antagonista.
Hasta su derrocamiento en 2001 los talibán establecieron fuertes sistemas de control entre la población a través de un régimen punitivo muy severo, inspirado en la interpretación más extremista de la Sharia, la ley islámica, especialmente lesiva para las mujeres y las minorías.
Numerosos agentes internacionales denunciaron en múltiples ocasiones su nulo respeto por los derechos humanos en todos los ámbitos de la vida civil y social. Incluso atentaron y demolieron los Budas de Bāmiyān, un valle epicentro del patrimonio histórico que para muchos vuelve a estar en peligro en 2021 con su regreso al poder.
Su apoyo a acciones terroristas, principalmente con los atentados del 11S contra las Torres Gemelas y el Pentágono, fue la razón esgrimida por Estados Unidos y sus socios para llevar nuevamente el conflicto bélico a Afganistán, persiguiendo a los principales líderes del movimiento como responsables directos o indirectos de aquellos hechos.
La acción militar, primero de Estados Unidos y sus aliados y después a través de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF) dirigida por la OTAN, los arrinconó en sus feudos más inaccesibles. A pesar de ello el nuevo ejecutivo en Kabul tendría enormes dificultades desde el principio por dar estabilidad a un Estado cuasi fallido, mientras el descontento calaba en amplios espectros de la sociedad afgana, amenazada, coartada y esquilmada por la falta de oportunidades.
No se dieron por vencidos y desde su exilio siguieron adoctrinando a sus miembros y rearmándose, desde 2002. Los talibán han esperado casi veinte años para llegar al momento actual. De la guerra de guerrillas en las montañas escarpadas a gobernar un país lleno de complejidad de 38 millones de habitantes.
Es cierto que los primeros talibán encontraron poco apoyo en la esfera internacional. Tan solo mantenían relaciones relativamente normales con Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, aunque Turquía se erigió en algún momento como interlocutor con los extremistas, dada su vinculación como territorio de frontera. Por su parte sus herederos no han tardado en mostrar en público su predisposición a cooperar con Ankara, ensalzando los nexos y minimizando las diferencias.
Los nuevos talibán, surgidos con una fuerza fulgurante tras la retirada de las tropas de Estados Unidos y sus socios este mismo 2021, mantienen las apariencias tras ascender al poder de un modo más pacífico de lo esperado. Sin embargo ya constan algunas desapariciones y detenciones, y las escenas de desesperación en el aeropuerto de Kabul han estremecido a todo el mundo.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha lamentado que los afganos se retiraran tan pronto de la contienda, que su gobierno se refugiara en un país vecino cuando la tropa de miles de talibán se cernía sobre las principales capitales. Afirmó que ellos no librarían una contienda que los mismos afganos han rechazado antes de plantearse.
En los últimos estertores de la presencia norteamericana en Afganistán se percibía un amplio consenso en una sociedad muy cansada de la guerra. El Mulá Abdul Ghani Baradar, quien anunció triunfante el fin de las décadas violentas, se erige como su líder. Capturado por Estados Unidos y las fuerzas pakistaníes poco después de confirmarse su preponderancia en la estructura, en 2010, fue liberado en 2018 por las autoridades locales como un gesto en el infructuoso «proceso de paz».
Entre los puntos que quedan por ver está el papel que tienen pensado jugar en el tablero de la convulsa región las otras principales superpotencias, China y Rusia. Tal vez su postura condicione de algún modo el comportamiento de los nuevos talibán, a los que no se les presume de momento una estima mayor por los derechos humanos que la de sus antecesores.
5 comentarios
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No es fácil estar bien informado, pero es muy sencillo acceder a desinformación. Tal vez por eso la gente opina de lo que ve pero no tiene ni idea... muchos no sabrían ni situar correctamente en el mapa Afganistán, antigua Colonia británica que alcanzó su independencia por abandono... ni sabe lo que ha implicado tener por vecino a Pakistán. El pueblo Afgano tuvo la oportunidad de emanciparse y ver la desaparición de las jerarquías y costumbres tribales, gracias a la influencia soviética (añadiría que gracias al socialismo): las primeras infraestructuras, sanidad, energía, recursos hídricos, comunicación, transportes... muchos de los universitarios, y de las universitarias, viajaban a formarse a Moscú... a minorías étnicas como los Hazara se les reconocía el carácter de nación... las mujeres trabajaban... pero... a parte de tener que derrocar a radicales muyahidines, el pueblo afgano tenía un problema más grande: la guerra fría. Y entonces, lo que un día fue un puñado de radicales muyahidines que combatían a los helicópteros soviéticos con palos y piedras, se transformaron en disciplinados estudiantes del Corán armados con lanzamisiles FIM-92 Stinger, que se comunicaban entre ellos con tecnología punta... bueno, con ellos y con alguien más... porque alguien tuvo que comenzar relaciones con ellos para que les llegase ese material y, no menos importante, por algún lugar tuvo que entrar en Afganistán... Que Trump llegara a entenderse en el 2020 con los Talibanes en el Acuerdo de Doha, Qatar, de la cual dicen algunos que es la gran beneficiada... explicará en parte algo lo que está pasando y no estoy viendo mucho en los medios al respecto. Algunos hasta lo mencionan.
Uno de aquiLo vemos de la misma manera.
De nuevos nada. Son los mismos terroristas machistas y homófogos de siempre. En Afganistán hay mujeres oprimidas, obligadas al dejar de ser mujer para convertirse en nada, violadas, vejadas y sin derechos. Dónde está la ministra de igualdad y todas las cacatúas que le siguen con los t3t4s fuera delante de los talibanes. Montero y Belarra tendréis que ganaron el sueldo.
los mismos perros con distintos collares ,nuevo fracaso de la sociedad europea y americana para estabilizar Afganistán .... otro refugio para los radicales del Islam ....