Una cosa es la propaganda y otra muy diferente los estímulos que verdaderamente impulsan las acciones. Saber qué ha motivado algo tan grande como una invasión de Rusia a Ucrania no se antoja cuestión fácil. «Déu sap el que té Putin al cap. El que és segur és que té molta testosterona», comentaba alguien al respecto viendo las imágenes del éxodo masivo de Kiev que ha sucedido al estallido de las primeras bombas. «Occident no ha après res de Napoleó», contestaba para sí otro en un acto irreflexivo, casi automático.
Las explicaciones van por barrios. La idea esgrimida por el Kremlin puede sonar hasta loable: se lanzan a la guerra por la protección de las gentes rusófonas de las repúblicas del Donbás que llevan años sufriendo genocidio por parte de Ucrania. No en vano han catalogado recurrentemente lo que sucede en Donetsk y Lugansk como prácticas nazis. Los rusos, precisamente ellos, no deberían hablar de nazismo a la ligera. Lógicamente la visión occidental de las cosas es netamente distinta.
Los Acuerdos de Minsk vinieron a poner paz en una región convulsa, para algunos irreconciliable, y ese pacto fue papel mojado mucho antes de que lo reconocieran los diplomáticos. Los hechos que propiciaron la anexión de facto por parte de Rusia de la Península de Crimea, paralelos a la proclamación de las dos repúblicas díscolas al este de Ucrania, ya suscitaron sanciones por parte de la Unión Europea en 2014. Hace poco lo recordaba el cónsul ruso en Madrid, apuntando que el veto reactivo de Rusia mediante el bloqueo de productos españoles costó a nuestra economía cientos de millones de euros. Entonces se escucharon pronunciamientos graves de Estados Unidos y organismos de la ONU. Se amenazó de forma similar a como se ha amenazado estas últimas semanas. A diferencia de ahora, en aquel momento la sangre no llegó al río. ¿Era pues solo propaganda? ¿Propaganda otra vez?
Llama poderosamente la atención el golpe sobre la mesa de las relaciones internacionales de las antiguas potencias comunistas en favor de un nuevo paradigma. La respuesta de Occidente según su visión es la inflexibilidad. Ucrania no forma parte de la OTAN pero en las semanas precedentes las potencias europeas han suministrado armas y medios a Kiev, supuestamente para usarlos, en pro de la legalidad. En algo sí tienen razón chinos y rusos: el respeto a la legalidad internacional se observa mayormente cuando esa mirada conviene a los propios intereses. Bien sabrán de qué hablamos las gentes de Palestina y el Sáhara, solo por citar dos casos enquistados en los que se ha evidenciado que la maquinaria internacional es mejorable, por no apuntar de plano a una vergonzante dejación de funciones.
Es evidente que el mundo ha cambiado mucho desde los tiempos de la Guerra Fría. El muro de Berlín cayó y con él la concepción bipolar del planeta se vino abajo. Nació así un mundo unipolar dominado por el capitalismo, que por poco se fagocita incluso a sí mismo. Hoy hemos pasado a una pantalla diferente, los hechos de Rusia en Ucrania lo demuestran. En este mundo multipolar todos persiguen hacer oír su voz, reafirmar su presencia allí donde sus intereses moran. Todos buscan propaganda. Mientras tanto las bombas caen y la gente muere.
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