¿Cómo podrían Rusia y Ucrania llegar a un acuerdo que ponga fin a la guerra? ¿Qué hace falta para que sus líderes se sienten alrededor de una mesa y trabajen con un horizonte común de paz y prosperidad? Cuáles son las exigencias de cada una de las partes en este conflicto armado que ha encogido el corazón de Europa y ha acaparado la atención a nivel mundial. Se trata de una cuestión compleja, ya que el presidente ruso, Vladímir Putin, afirma que no hay margen para la negociación. Su postura incide en que ya se ha perdido mucho tiempo.
Inicialmente las motivaciones de Putin para entrar en Ucrania a sangre y fuego son dos: desmilitarizarla y desnazificarla. Eso fue lo que él mismo pronunció en el discurso que anunció la operación bélica a gran escala sobre territorio ucraniano. Cuando habló de desmilitarizar Ucrania Putin puso en la diana de forma clara a las fuerzas armadas vecinas. ¿Por qué? Su régimen las ha acusado en reiteradas ocasiones de cometer actos de lesa humanidad contra la población de habla rusa del Donbás. Por ese mismo motivo su gobierno es ilegítimo y debe ser derrocado. También por ello no hay nada que hablar más allá de la rendición.
Lo cierto es que, desde 2014, se han comunicado miles de muertos en ambos bandos por un conflicto enquistado en el este de Ucrania. Para Putin penetrar en Ucrania es un asunto de máxima prioridad en materia de seguridad. La mención 'nazi' proviene por supuestas influencias de un grupúsculo en el entorno del presidente ucraniano que durante los tiempos de la Segunda Guerra Mundial fueron conniventes con el enemigo alemán. Por contra el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, siempre se ha desmarcado de esta corriente e incluso ha esgrimido sus orígenes raciales judíos.
Para Putin la seguridad es capital, a juzgar de sus intervenciones y discursos. En ellos el líder ruso ha dejado entrever preocupación por un paulatino acercamiento de Kiev a Europa y el resto de potencias occidentales. En este punto Putin reivindica una antigua promesa de Estados Unidos. La que según algunos ambientes más o menos nostálgicos se prometió a las altas esferas del funcionariado soviético: que la OTAN no avanzaría ni un centímetro hacia el este, hacia la tradicional zona de influencia del bloque comunista. Si por Putin fuera seguro que desearía seguir en la foto fija de 1950.
En honor a la verdad, no es que la OTAN se haya aproximado a los rusos: es que los estados bálticos, Letonia, Lituania y Estonia, fueron parte de la URSS hasta su caída, y en la actualidad ejercen como preocupados miembros de pleno derecho de la organización. La posibilidad de que otros como Georgia, la propia Ucrania, y más recientemente Suecia y Finlandia, obtengan su pase para el club occidental se plantea como una preocupación recurrente por parte de Moscú, que también ha salido a la luz numerosas veces en las semanas previas al choque bélico.
Y en el otro lado, ¿qué exige Ucrania? Los pronunciamientos para acabar integrada en la estructura de la OTAN se repiten desde hace años. Siempre han obtenido la misma respuesta: existe colaboración en algunas materias, entendimiento hasta cierto punto, pero nunca tanto como para hacer saltar las costuras y las relaciones de poder en la región. Aparentemente nunca Estados Unidos y la Europa aliada hubieran planteado a Rusia un órdago como el que la nación eurásica les ha lanzado atacando Ucrania ante los ojos del mundo.
Más allá de las simpatías, de las filias y fobias que hacen que una parte mayoritaria de la sociedad ucraniana apueste por un mayor entendimiento con Europa, alejándose así del tradicional dominio ruso, esta voluntad es de algún modo una cuestión también de seguridad. Este punto ha quedado acreditado en las últimas horas en la petición del presidente Zelenski de ofrecer a Putin un proceso de diálogo que salve vidas. Horas antes un asesor del presidente afirmó que Kiev está dispuesto a negociar un estatus «neutral» si, a cambio, recibe garantías de seguridad de Moscú, que en estos momentos no se contentará con facilidad.
Algo que también debería recibir Kiev de Moscú (y se antoja imposible) es el respeto por su integridad territorial. Cuando Putin reconoció la soberanía como entes autónomos de pleno derecho a las repúblicas populares del Donbás, Lugansk y Donetsk, pocos días antes de iniciar el ataque definitivo, no solo explotaron los preceptos del derecho internacional y la legalidad internacional. Con ese movimiento, el último gesto que rubricó una estrategia que lleva años en marcha, Putin quiso dar la puntilla a la unión de los ucranianos.
veinatNo hay que darle mayor importancia,.. es Garzón...Ya sabemos que dice lo que piensa sin haber pensado antes que lo que dice no lo tenía que haber pensado..
2 comentarios
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veinatNo hay que darle mayor importancia,.. es Garzón...Ya sabemos que dice lo que piensa sin haber pensado antes que lo que dice no lo tenía que haber pensado..
El gobierno en voz de su ministro Alberto Garzón dice que la culpa la tiene los miembros de la OTAN…..