El definitivo cara a cara televisado ha sido la última oportunidad para un Bolsonaro que ha visto cómo una serie de malas decisiones han podido echar por tierra de manera definitiva sus aspiraciones de reelección tras semanas en las que algunos sondeos hablaban incluso de empate técnico. La aparente recuperación de Bolsonaro en sondeos anteriores coincidió con uno de sus peores momentos en toda la campaña. El PT ha aprovechado estos desvaríos para intensificar sus críticas mientras el Tribunal Superior Electoral (TSE) se afanaba por dirimir las quejas que una y otra candidatura han presentado por el contenido de las respectivas propagandas electorales de sus rivales.
Desvaríos de Bolsonaro como unas polémicas declaraciones en las que se refirió a unas menores venezolanas como posibles prostitutas, pero también por parte de algunos de sus seguidores, que han reventando actos religiosos por su supuesta afinidad con el PT, o más recientemente de uno de los bolsonaristas más extremos, el antiguo diputado Roberto Jefferson, ahora repudiado, después de que recibiera a tiros a los policías que fueron a su casa a arrestarle. El optimismo que ha estado sobrevolando el cuartel general de Bolsonaro durante gran parte de la segunda vuelta parece haberse esfumado en la recta final, después de este último sondeo, que podría haber sido incluso peor si se hubiera realizado después del caso Jefferson, que ha mostrado como el bolsonarismo es capaz de tirotear a la Policía, un gremio sobre el que siempre se erigió protector.
La campaña de Lula ha sabido identificar el potencial de todos estos traspiés y se ha servido de la redes sociales, espacios dominados tradicionalmente por la ultraderecha, para intentar sacarles rédito electoral. Una vez más los brasileños de renta más bajas siguen estando con Lula, así como la población negra, los jóvenes, los de mediana edad, y las mujeres. En este último segmento de población, el del PT saca once puntos a Bolsonaro, que ha recurrido a su esposa, la primera dama Michelle, para intentar sin éxito mejorar su situación. En cuanto al rechazo que inspiran, ambos candidatos mantienen las cifras de sondeos anteriores, el 46 por ciento de los electores no votaría por Bolsonaro y el 41 por ciento no lo haría por Lula, mientras que hay un 7 por ciento de votantes indecisos a los que el presidente brasileño necesitaría convencer para empatar.
Mientras tanto, el PT ha estado utilizando en esta última semana sus espacios en radio y televisión para intentar desgastar a Bolsonaro en el plano económico, más ahora después de que se filtrara que el ministro de Economía, Paulo Guedes, no tenía previsto reajustar el salario mínimo y las pensiones a la inflación. Brasil decidirá su futuro en un momento en el que tiene que lidiar con índices récord de inflación, una desigualdad de tiempos anteriores, desempleo, y los estragos de la pandemia. La diferencia de siete puntos podría haber disipado el temor de que Bolsonaro no reconociese los resultados si estos son más apretados de lo esperado, no así de episodios de violencia postelectoral.
Brasil vivió uno de sus periodos más prósperos coincidiendo con el gobierno de Lula entre 2003 y 2010. Sin apenas reformas económicas, la gran demanda de materias primas del exterior permitió al expresidente poner en marcha una serie de políticas de ayudas sociales con las que consiguió sacar a unas 30 millones de personas de la pobreza. Su reelección en 2018 parecía clara, según las encuestas, pero su condena --anulada posteriormente por mala praxis judicial-- y su posterior entrada en prisión dieron al traste con las intenciones del PT. El gran beneficiado fue Bolsonaro, un viejo conocido de la política brasileña que había estado paseándose durante años por las instituciones del país bajo las siglas del partido que más y mejor representara sus intereses en ese momento. Sus promesas de orden en las calles --con el derecho a portar armas como bandera--, castigar la corrupción del PT y combatir a la izquierda por sus políticas en contra de la tradición y la familia convencional lograron convencer a los brasileños.
Ahora, cuatro años después, Lula promete combatir la crisis económica con políticas de impulso del consumo, derogar la ley del techo de gasto y una reforma fiscal progresiva con la que gravar a las grandes fortunas. Nacionalizar por completo la eléctrica Eletrobras, poner en marcha un gran plan de obras públicas para generar empleo y poner fin a la explotación indiscriminada de la Amazonía son otras de sus promesas. Bolsonaro, por su parte, continuará con sus planes para seguir privatizando empresas estatales, como Eletrobras, el servicio postal Correios y la siempre en entredicho Petrobras --por la corrupción en los años del PT-- con la que espera hacer posible una de sus promesas de campaña, tener el combustible más barato del mundo. Si bien ambos han prometido aumentar la inversión en políticas sociales para reducir la desigualdad, la Amazonía sigue siendo la cuenta pendiente de los dos. Si bien la retórica de Lula es distinta de la de Bolsonaro --el ultraderechista fomenta la presencia de extractores ilegales de materias primas y está en contra de delimitar las tierras indígenas-- el candidato del PT sufragó sus políticas sociales gracias a las exportaciones de la agroindustria brasileña, en detrimento de las comunidades originarias que viven en la región.
La segunda vuelta de este domingo no solo dirimirá quiénes serán el nuevo presidente y vicepresidente, ya que todavía estar por decidir los gobernadores de doce estados brasileños, entre ellos importantes plazas políticas como Sao Paulo. En primera vuelta, los brasileños también eligieron por completo la composición de la Cámara de Diputados y parte del Senado, con un legislativo predominantemente conservador donde la formación por la que se presenta Bolsonaro, el Partido Liberal (PL), fue la opción más votada.
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