El día que Jerson fue liberada Mykolaiv empezó a respirar. Las fuerzas rusas se habían retirado al otro lado del río Dnieper y las plataformas de lanzamiento de misiles se alejaron decenas de kilómetros de su casco urbano. La ciudad llevaba desde el 26 de febrero, el tercer día de la guerra, bajo el fuego, y custodiaba el corredor militarizado que el ejército invasor hubiera utilizado en su avance hasta Odesa, la ciudad más estratégica del sur de Ucrania.
La batalla por Mykolaiv fue dramática hasta el 8 de abril, un mes y medio después. Los rusos llegaron a controlar varios barrios y fue muy elevado el número de defensores fallecidos. 250.000 habitantes, más de la mitad de la población tuvieron que ser evacuados. Desde entonces los bombardeos sobre el casco urbano han sido ininterrumpidos y durante muchos meses la población ha tenido que vivir en los refugios.
Vivir sin el peligro de ser bombardeado da otra perspectiva del conflicto a cualquier ciudadano. Es verdad que la guerra continúa porque las noticias hablan de ello, pero es como si se hubiera decretado una tregua. Esta situación hace que renazca la confianza en el día a día. Hasta que el silencio se rompe y empiezan a caer de nuevo las bombas como pasó el martes cuando el Kremlin ordenó lanzar casi un centenar de misiles contra las infraestructuras energéticas de varias ciudades ucranianas, incluida Mykolaiv.
Dicen que el último misil que alcanzó un inmueble era un S-300, desarrollado por la industria militar rusa para neutralizar blancos enemigos como helicópteros, aviones de combate o misiles. Es decir, no es preferentemente un arma de ataque sino de defensiva pero, al parecer, los rusos lo han utilizado en la guerra de Ucrania contra objetivos militares ucranianos.
Una parte del edificio civil alcanzado por el misil se desmoronó como si fuera de cartón. En un lado se ven las placas de cemento que reforzaban los cuatro pisos del inmueble y en el otro acecha una montaña de cascotes formada por todo aquello que los vecinos no pudieron salvar, incluido un juego de monopoly. Los balcones fueron arrancados de cuajo y las maderas que reforzaban los ventanales se hundieron igual que las paredes maestras. No hubo muertos porque eran escasos los habitantes que vivían en este vecindario tras la huida masiva en las semanas más duras de los combates.
Muchas ventanas habían sido tapiadas por grandes tablones de madera con el objetivo de proteger los cristales de las explosiones. Un bonito tapete resistió colgado en la pared que no se había desplomado de uno de pisos derribados igual que un reloj intacto que se quedó parado en las 18,25, la hora de la explosión. El edificio destruido da a una plaza interior rodeada por una cadena de inmuebles construidos unos pegados a otros. Una bella plaza arbolada con grandes álamos verdes, ideal para que jueguen los niños, paseen los ancianos y charlen las parejas, está completamente vacía a pesar de que la temperatura es agradable, otoñal, nada que ver con el intenso frío que hace en zonas más al norte del país.
El casco urbano de Mykolaiv se extiende por varios kilómetros. Aunque los bombardeos han sido intensos durante meses, el centro no ha sido muy dañado. Incluso cuesta trabajo ver edificios alcanzados por los misiles rusos. Desde la caída de Jerson el principal enemigo de la población es la falta de agua y de luz en las casas. En la ciudad hay un centenar de fuentes de las que se puede recoger agua potable en garrafas o bidones.
La potente organización evangélica Samaritan's Purse ha conseguido organizar la distribución de agua potable en 17 puntos distintos de Mykolaiv. Decenas de personas hacen colas ordenadas ante uno de estos puntos de distribución y entre ocho y diez garrafas de cinco a ocho litros se llenan en apenas unos minutos. Hay personas que transportan las garrafas en sus coches, pero muchas utilizan carros de la compra, mochilas o carretillas.
Algunas personas esperan en la cola consultando sin parar el movil porque la transmisión de datos funciona perfectamente con tecnología 4G. Hay que venir diariamente a la fuente más cercana si se quiere beber, comer o lavar y se puede, al mismo tiempo, tener un buen acceso a la red de internet y mayor capacidad en el uso de los datos. En las guerras actuales se producen este tipo de situaciones surrealistas.
Mykolaiv comienza a recuperarse de meses de resistencia en la línea más cercana al frente. Yuri Anbdewenko ofrece el refugio que construyó para su familia y algunos vecinos a los periodistas que deseen pasar un día o varios en Mykolaiv. Tiene un generador y funciona internet en su interior. «No había refugios en esta zona y decidimos utilizar mis dos garajes para guardar provisiones y dormir un par de docenas de personas bajo tierra durante los bombardeos», comenta este mecánico que se presentó como voluntario en las fuerzas armadas ucranianas hace seis meses.
El subterráneo es utilizado por varias niñas y adolescentes para pintar y jugar. Parece el lugar ideal para pasar unas horas bajo una temperatura muy agradable y bien iluminado en una ciudad donde no hay agua ni luz en las casas, en un país, que según las autoridades ucranianas, diez millones de personas llevan más de una semana sin luz.
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