De aquel Raffaele, niño tímido y sensible que odiaba el mundo que representaba su padre, jefe de la Camorra en Torre Annunziata (sur de Italia), queda muy poco. Tras una vida muy dura, es ahora una mujer transexual comprometida desde hace años con los derechos de la comunidad LGBTQI+ y activista contra las mafias. Daniela Lourdes Falanga, de 45 años, es presidenta de «Antinoo Arcigay», la mayor asociación italiana de la comunidad LGBTQI+, en Nápoles, y acaba de ser nombrada responsable nacional para la legalidad y la lucha contra las mafias.
Porque quién mejor que ella para testimoniar que de una condena a una vida mafiosa se puede salir. «A finales de la década de 1970, mi madre comenzó a salir con un chico que luego se convertiría en uno de los jefes de la Camorra». Así explica a EFE Daniela Lourdes el inicio de la historia de Rafaelle Falanga, primogénito del «capo» y destinado a heredar los negocios criminales de la familia, pero con un final muy distinto al de otros chicos de Nápoles. «Mi padre era un jefe de la Camorra, uno de los peores que ha existido, y en esta experiencia viví mi infancia y mi adolescencia. Pero ya de niño me di cuenta que tenía una sensibilidad diferente, femenina, me reconocía en ese rosa, en ese estereotipo que definía entonces los géneros, pero había nacido en un azul patriarcal», explica en la sede histórica de Arcigay en el centro de Nápoles donde se convive con los espacios históricos de la mafia napolitana. Describe con emoción una infancia «terrible» en un mundo «desviado por lo que se espera de un hombre y aún peor cuando hablamos de un hombre de la Camorra».
«Ya desde pequeño no podía elegir mis juegos, no podía escuchar un tipo de música porque era femenino y así hasta la edad adulta cuando finalmente pude contar conmigo misma y tomar distancia de todo y de todos», explica. Su madre, separada, la forzaba a compartir el tiempo con un padre que la despreciaba y que no la quería por su ser femenino, a vivir en un mundo terrible «donde reinaba la violencia, la fuerza, la riqueza y la reverencia al poder», rememora. Un mundo del que nunca había hablado hasta que hace unos años en una reunión en la que iba a participar como activista, un joven homosexual se levantó y la acusó delante de todos: «Tu no puedes hablar porque eres hijo de un camorrista». «Fue devastador. Todo mi mundo se vino abajo», reconoce.
El entonces alcalde de Nápoles, Luigi di Magistris, la convenció de que no era una historia de la que avergonzarse sino un ejemplo de resiliencia y que era necesario que se contase. Desde entonces se ha convertido no sólo en una activista LGBTQI+ sino en una ejemplo de la lucha contra la Camorra. Cuando tenía 15 años su padre fue detenido y condenado a cadena perpetua. No lo volvió a ver hasta que hace cuatro años coincidieron ambos en el instituto «Ferdinando Galiani» de Nápoles: ella como ponente en una reunión sobre violencia de género; él como miembro de la compañía de teatro de la cárcel romana de Rebibbia. «Se sentó a mi lado y emocionado me dijo: '¿Creías que no te había reconocido? O sanghe è sanghe» (la sangre es la sangre)'. Estuve llorando todo el acto», confiesa.
Durante su vida, destaca, ha sido testigo de que «la cultura camorrista reforzaba aún más la patriarcal machista y violenta que ya existía en el tejido social en Italia en los años 70, 80 y 90». «Por lo que se puede imaginar el rechazo a la comunidad LGBTQI+ y a esa feminidad que siempre ha sido tachado de frágil, débil y en este caso incluso que había que eliminar», apunta. Y aún ahora, agrega, «la cultura mafiosa es aún más dura con el colectivo LGBTQI+ porque rechaza lo que ellos consideran débil, esa parte que hay que eliminar, detener, algo que rechazar en la que es la sustancia machista de la Camorra».
Por ello, «cuando entro en los colegios o en las cárceles les hablo de legalidad, de anticamorra, de que existe una cultura nueva que nos puede apartar de estos límites que representan las mafias y de la violencia y en general». Daniela Lourdes asegura que seguirá luchando por esa «Camorra de inocentes que no salen de estos límites», los de la criminalidad, y a los que, a su juicio, hay que ayudar para «que pasen esta frontera o no sabrán nunca que otra vida es posible».
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