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Junto a esa Àfrica folclórica y misteriosa en su encanto aún salvaje que tanto atrajo a los escritores de comienzos de este siglo, se halla un continente hambriento, históricamente ignorado en sus necesidades y secularmente víctima de la voracidad colonizadora de sus vecinos europeos. El drama que hoy vive Sierra Leona no es sino una monótona repetición de otros que pueden haber tenido como escenarios, Angola, el Congo o Ruanda. Si hablamos hoy de Sierra Leona es porque algo nos ha tocado de cerca, al ser allí temporalmente secuestrado un periodista español afortunadamente ya en libertad. Uno de los denominadores comunes de las relaciones entre Occidente y Àfrica consiste precisamente en que el primero sólo dirige su mirada hacia la segunda cuando algún interés propio es vulnerado o se encuentra seriamente amenazado. El egoísmo, la explotación sistemática y el más completo desinterés por el futuro de unas naciones que algún día serían libres, presidió desde el principio la actuación de las potencias administradoras occidentales en sus colonias africanas. Sólo así se explica que países que podrían contar en la actualidad con recursos más que sobrados -en realidad, esos recursos jamás han estado en manos de sus habitantes- se vean sumidos en la miseria. Sería el caso de Sierra Leona, que malvive en la pobreza, figurando entre los primeros productores mundiales de oro y diamantes. Guerras civiles que se eternizan, Gobiernos corruptos que han mamado todos los peores vicios de sus colonizadores, y economías sometidas al monocultivo occidental, sin horizontes, conforman el mapa de la miseria africana. Esta semana hemos tenido presente a Sierra Leona; el mes o el año que viene, hablaremos de cualquier otra nación africana. Porque, lamentablemente, el drama allí siempre es el mismo.