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Bruselas ha asistido esta semana a una multitudinaria manifestación de agricultores procedentes de los países comunitarios, disconformes con ese previsto recorte en las subvenciones agrarias. No resulta difícil entender las razones de su descontento en este mundo de hoy que parece torpemente empecinado en impulsar otros sectores, siempre en perjuicio del sector primario. No obstante, es también obligado comprender que en esta materia "la de las subvenciones y en general la política agrícola" se ha marchado por un camino equivocado por el que no se puede seguir. Máxime si tenemos en cuenta que se halla próxima la integración de los países del Este europeo, países con sectores agrarios muy grandes pero poco desarrollados, lo que requerirá grandes ayudas económicas. Europa necesita, pues, ahorrar por este concepto. Lo que ocurre es que son ya demasiados años de malos hábitos, de una política manirrota encaminada a tapar agujeros más que a hacer las cosas bien y con cierta previsión de futuro. Debido a ello, los agricultores se han preocupado más por tender la mano a la espera de la generosa "pero muchas veces contraproducente" subvención, que por adecuar sus cultivos y sus métodos a los tiempos que vienen. En suma, el campo no ha visto suficientemente racionalizada su producción, lo que obviamente dificulta su rentabilidad. Éste es, en líneas generales, el problema que hoy inquieta a los administradores de Bruselas y saca a la calle a los agricultores comunitarios. Lo malo del caso es que se advierte más una tendencia "por ambas partes" a achacar culpas que a encontrar soluciones. Y desde luego, no es eso. La cuestión es seria y con seriedad debe ser tratada. El agro español, por ejemplo, cuenta con un índice de empleados superior a la media comunitaria. A mayor abundamiento, nos resentimos de unas explotaciones menos competitivas y con menores rendimientos. El viajero Aznar debe esforzarse en encontrar más ayudas, pero ayudas eficaces, racionales, definitivas, para ese campo español, si no quiere que los campesinos acaben por convertirse en sus más peligrosos detractores.