El PP celebró ayer el tercer aniversario de su primera victoria
electoral en unos comicios legislativos, lo que hizo posible su
llegada al Gobierno. El balance que hacen los conservadores de este
período, lógicamente, es altamente positivo, aunque desde la
oposición se plantean críticas a la crisis del sistema autonómico o
al crecimiento de las desigualdades sociales.
En cualquier caso, es evidente que se ha producido una sensible
mejora de la economía del país en este tiempo, al igual que un
descenso en la cifra de desempleados, hechos estos que el PP
considera realizaciones propias, pero que, ciertamente, ha contado
con un importante componente de la situación de crecimiento a nivel
internacional.
Por otra parte, la situación del País Vasco ha cambiado
radicalmente y nos encontramos en medio de un proceso de
pacificación en la que el Ejecutivo de Aznar ha jugado su papel,
aunque no debe olvidarse que no ha sido el único actor.
Sin embargo, y en el lado negativo de la balanza, debemos situar
ese control presidencialista que se ejerce desde La Moncloa. Es
Aznar quien controla y domina sin dejar lugar a otras iniciativas.
Y, además, se asegura que existe una mediatización de los medios de
comunicación públicos para ponerlos al servicio del PP, del
Gobierno o del mismo Aznar. Lo auténticamente lamentable de estos
tres años es la ausencia de una oposición fuerte que ejerza de eso,
de oposición. Sólo los nacionalistas han protagonizado algunos
rifirrafes con el Gobierno, pero sin abandonar el apoyo
parlamentario. Las luchas intestinas del PSOE y el ir y venir a la
deriva de IU han hecho el resto. Si la percepción de estos tres
años del PP en el Gobierno es positiva se debe en gran parte no a
sus aciertos, que algunos ha habido, sino a los errores de quienes
están al otro lado.
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