Los tiempos han cambiado. Quien siga pensando que los feriantes son aquéllos que se dedicaban a recorrer el país con poco más que una lúgubre caravana están equivocados.
Hoy en día las ferias constituyen «pequeños pueblos», en donde no faltan las comodidades que existen en cualquier hogar.
La familia Lasheras, que está instalada en la Fira del Ram, es un claro ejemplo de esa transformación hacia la modernidad.
No obstante, y a pesar de las comodidades, no es oro todo lo que reluce ya que, como asegura Josefina Muñoz, la madre, «la vida no es tan fácil como parece. Todos los días hago las tareas de casa, y después me acerco con el coche hasta el Mercat de l'Olivar para hacer la compra. La gente me conoce porque vengo desde hace 20 años y es muy agradable».
Esta aseveración es compartida por su hija menor, Begoña, que estudió secretariado y a los 21 años inició una nueva vida como feriante. Convive con sus padres pero, como cualquier chica de su edad, quiere independizarse: «Tengo mi negocio en la feria y ahora quiero comprarme una caravana para mí». Begoña echa de menos la vida de estudiante pero «como en Palma el ritmo de trabajo es relajado, nos permite hacer otras cosas. Aprovecho para ir al gimnasio o a nadar y, a la noche, cuando cerramos las atracciones, salimos al cine, o vamos a Génova a cenar».
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