La llamada cumbre de Río es, eminentemente, una reunión con
fines estrictamente económicos porque la Organización Mundial del
Comercio es, curiosamente, demasiado amplia para abarcar todos los
intereses económicos de los países integrantes, y aún de las zonas
en que se está dividiendo el planeta. Es cierto, en el caso de la
OMC, aquel viejo aforismo castellano que afirma que el que mucho
abarca, poco aprieta.
De ahí que, tras el inicio del antiguo Mercado Común Europeo,
que nació del Tratado de Roma, se haya 'zonificado' el mercado y la
oferta comercial en los cinco continentes, del que el americano es
uno más y aún subdividido en más zonas. En Río se trata de poner de
acuerdo nada menos que a delegaciones de 48 países pertenecientes a
América Latina, la Europa comunitaria y el Caribe.
Se trata, en sustancia, de asentar el libre comercio entre ellos
y España es uno de los impulsores del proyecto. De ahí que se
reúnan, en un interés común, estructuras tan diferenciadas como una
dictadura comunista del Caribe, como la cubana, y las democracias
solidificadas de la Unión Europea. Y nos referimos a estructuras
económicas y no solamente políticas, aunque unas vengan dadas por
las otras.
Por supuesto que la presencia de Fidel Castro ha desviado la
atención de la trascendental importancia de la reunión.
Especialmente en España, donde se pone más énfasis en el encuentro
del dictador caribeño con el jefe del Gobierno español, con el
trasfondo de un cambio de relaciones, de peor a mejor, que, no
obstante, no han sido suficientes para que el presidente Aznar
considere que se han superado las dificultades para que el rey don
Juan Carlos pueda visitar la isla caribeña. Pero eso es lo que hay
y habrá que esperar el resultado de la cumbre para hacer un balance
final.
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