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A falta de 40 kilómetros para finalizar el Camino de Santiago, me reúno con el grupo de 18 personas del centro penitenciario de Palma, compuesto por presos, funcionarios, un sacerdote, una monja y voluntarios de la Cruz Roja que estaban realizando el Camino de Santiago.

El encuentro se produjo en Arzúa, el pueblecito en el que los expedicionarios han pasado la noche del sábado al domingo, durmiendo en el campanario de la iglesia. Paco, Paquito como le llaman sus amigos del talego, al despertarse por el ruido de las campanas se encontró con que se estaba celebrando un funeral, algo que le sorprendió. Ésta es una de las muchas anécdotas que han sucedido a lo largo de los 148 kilómetros que los presos de Palma han realizado por el Camino de Santiago. Una marcha para ganar el jubileo que comenzaron el martes de la semana pasada en Cebreiro-Triacastela, provincia de Lugo. Allí, cargados con lo necesario y acompañados con un furgón de apoyo, comenzaron su peculiar peregrinación hacia la catedral de Santiago de Compostela.

Xisco, José, Silvio, Chenchu, Cati, Germán, Silvio y Francisco son los presos que componen el grupo al que acompaña el sacerdote Jaume Alemany, quien organizó la excursión. Sor Victoriana se encarga, junto a Margalida Mateu, Juana Carbonell y Bartolomé Cabot, voluntarios de la Parroquia de Bunyola, de los preparativos de la comida, la cena y desayunos. También les acompañan Begoña y Pablo, la monitora ocupacional y maestro, respectivamente, de la prisión. Marcelo Unamuno es de la Cruz Roja. Aina es otra voluntaria y Bartolomé Riera es el guía que encabeza la expedición.