Con la formación del nuevo Govern balear se ha producido un
fenómeno curioso que provoca cierta perplejidad en la ciudadanía. Y
es que ahora mismo, en las Balears, se impone el criterio de una
minoría muy minoritaria. Cierto que, ante la falta de una mayoría
absoluta, es completamente natural que los partidos afines se unan
para formar un grupo mayoritario capaz de asumir la responsabilidad
del gobierno. Pero esa posibilidad conlleva sus riesgos y, en este
caso, estamos asistiendo, quizá, a la prepotencia de un partido,
Unió Mallorquina, que con sólo tres diputados en el hemiciclo
autonómico impone sus criterios al resto de sus compañeros de
viaje.
Y como era de prever, ya han empezado a vislumbrarse las
primeras tensiones en el seno de la coalición de progreso. Los
conflictos han tardado sólo unos días en hacerse patentes en el
Consell de Mallorca en forma de subidas de sueldos, de tasas de
incineración y de contratos de asesores.
Las primeras decisiones adoptadas por los nuevos gobernantes han
provocado roces entre unos y otros. A las bases del PSM y de
Esquerra Unida no les han sentado bien las subidas de sueldos en el
Consell de Mallorca, mientras que en el Consell d'Eivissa i
Formentera ya se ha decidido que no habrá aumento salarial este
año. A Els Verds, como es lógico, le parece una barbaridad que
Maria Antònia Munar apruebe las tasas de incineración sin pasar por
el pleno y al PSOE le ha sentado como una patada que se haya
contratado al abogado Rafael de Lacy, amigo personal de Munar, para
que lleve los asuntos jurídicos del CIM, cuando está a punto de ser
nombrado alto cargo de esa misma institución.
Los partidos de izquierdas "y el PP" ya sabían cuál era el
precio que había que pagar. La pregunta que se formulan es cuántas
claudicaciones deberán hacer para mantener el pacto.
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