A nadie se le escapa que desde que la ex cúpula política de
Herri Batasuna fue excarcelada, gracias a una sentencia del
Tribunal Constitucional, la violencia callejera en los pueblos y
ciudades de Euskadi se ha reactivado, ya que parecía haberse
adormecido a raíz de la declaración de la tregua etarra.
La «kale borroka», que tiene por objetivo destruir comercios,
empresas, autobuses y cabinas telefónicas, es un problema de
envergadura que los responsables políticos tendrán que afrontar
conjuntamente con el proceso de pacificación y no como si fuera un
fenómeno aislado del problema vasco.
Porque está claro que, aunque ETA haya decidido dejar de lado la
lucha armada por el momento, los ciudadanos vascos no podrán dormir
tranquilos sabiendo que su casa, su lugar de trabajo o su medio de
transporte está en peligro, con el consiguiente riesgo para las
personas.
Por eso llegan en un excelente momento las palabras del
nacionalista Xabier Arzalluz, que ha pedido a la coalición Euskal
Herritarrok que deje de amparar a los violentos que se empeñan en
perpetuar el clima de tensión en Euskal Herria.
Y mejor aún ha sido la iniciativa de Patxi Zabaleta, destacado
militante de EH, que se ha decidido a renegar de la violencia
callejera, calificándola de «injustificable».
En un país que vive con esperanza la proximidad del primer
aniversario de esa declaración de tregua, el paso dado por estos
dos dirigentes nacionalistas "uno de derechas y el otro de
izquierdas" debe contribuir a crear un ambiente de tranquilidad, de
sosiego y de libertad que conduzca a que en el País Vasco, de una
vez, con la colaboración de todos los sectores de la sociedad
vasca, se alcance ese estado de gracia que se resume así: «Vive y
deja vivir».
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