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El Partido Popular de Balears acaba de pasar el verano más amargo de su vida, tras perder el Govern después de permanecer en el poder durante dieciséis años consecutivos. Y, claro, tras la debacle, viene la crisis. Desde que Cañellas cayera en desgracia por su participación en el «caso túnel de Sóller», el partido había realizado toda clase de malabarismos para tratar de dar una imagen externa de cohesión y capacidad de superación. Durante su corta etapa al frente del Govern, Soler aportó ideas nuevas, ganas de cambiar las cosas y un perfil mucho más abierto, pero se equivocó en su estrategia frente a los poderes fácticos del partido.

Le faltó decisión en el momento oportuno y fue víctima de la conspiración de sus compañeros auspiciada por Cañellas. Matas quiso conjugar todas las cartas para contentar a los diversos sectores del PP. No ha sido una tarea fácil. Tras la pérdida del poder, no han sido pocos los que le han señalado con el dedo como principal causante de la derrota. Nada más lejos de la realidad. Matas ha sabido aparecer ante la ciudadanía como un hombre trabajador, centrista, con dotes para la gestión pero al que le faltó visión política, lo que llevó a cometer algunos errores. Cerrado este capítulo, Matas se ha volcado para conseguir lo que le faltaba: el control del partido. No lo tenía fácil, con Cañellas frente a él.

Ahora, al alzarse con la apabullante victoria que le convierte en presidente del PP balear "con el 80% de los votos" queda demostrado que su manera de hacer las cosas ha logrado ganarse el apoyo de la mayoría de los militantes. Atrás quedan "con un 13% de los votos" los postulados más rancios del sector próximo a Cañellas, que no se ha atrevido a presentarse como candidato. Ahora sí, definitivamente, el cañellismo queda enterrado. En el apartado negativo del congreso hay que anotar que Matas haya tenido que pactar con otro sector no menos duro, aunque menos peligroso, que no se caracteriza, precisamente, por defender la normalización lingüística de Balears.