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Cuando el artista Planas Montanyà me mostró la «imagen de ayer» que hoy les ofrecemos, sonreí divertida puesto que le imaginé pidiéndole permiso a mi abuelo para fotografiar el Paseo Marítimo desde su casa sin saber que, pasados los años, llevaríamos a cabo una tarea en común de la que aquella foto formaría parte. El teniente alcalde de Palma Planas Rosselló alquiló la hermosa quinta a Fernando Sánchez Monje, secretario de Cela, quien disfrutaba de la misma vista que su vecino arrendatario: la bahía palmesana y Ciutat, al fondo. Antes de que el joven ingeniero de caminos, canales y puertos, el ínclito D. Gabriel Roca Garcías, se adjudicase el definitivo proyecto para llevar a término las obras del Passeig Marítim, lo que con el tiempo sentaría las bases de la Palma moderna y transformaría la silueta de nuestra bahía, mi padre y mis tías nadaban en aquella zona ponentina, la costa de Son Alegre, donde rompían las olas. Juntos vieron con estupor cómo se ganaba terreno al mar en favor del asfalto. Aunque no se sentían víctimas de la contaminación de los vehículos que hoy transitan por la zona, algunos ya se quejaban. Luis Fábregas escribía en un tomo de «Ca Nostra»: «Algunos palacetes y sus jardines han sido convenientemente arregladitos para contener 'íntimas' boîtes, guaridas de infectos caballeretes que huelen a perfume de macho cabrío y son escarnio de la sociedad».