Michael Douglas ha pasado fugazmente por Mallorca, procedente de Tirana, y ayer regresó a Estados Unidos. ¿Que a qué ha venido? A ver cómo iban las obras de la casa de Valldemossa, que convertirá en «Costa Nord», y que, de paso, ha enseñado a su novia, Catherine Zeta-Jones, morena, de negro, gafas oscuras, hermosa, espléndida, enamorada "enamorados", asida a la cintura o a la mano de él, mano que hace tres días, junto a la otra, rompió un fusil, en Tirana, dentro de la campaña de paz que ha emprendido la ONU "de la que él es embajador por la paz", consistente en que a todo aquel que entregue un arma, que se destruirá en su presencia, se le dará un trabajo.
Ayer, tras una agotadora jornada repartida entre entrevistas a la BBC y seleccionando personal para que trabaje en «Costa Nord», sobre las dos se reunió con Catherine, que le aguardaba en el bar Los Tilos, frente a La Cartoixa, donde había estado tomando un refresco con su amiga Natasha Zupan.
Catherine, que si no fuera porque Michael la lleva de la cintura hubiera pasado completamente desapercibida en sus paseos por Valldemossa, pues de momento la realidad no la identifica con la ficción, al menos para el gran público, cumplió su palabra. «Regresaré a Mallorca», dijo el pasado mes de julio cuando, botella de champagne en la mano, abandonó la Isla, con Michael, en un avión privado. Y ha cumplido, porque ha vuelto.
Por cierto, le comenté que su última película, la de terror, que vi el martes por la noche tras haber sabido que estaban en Mallorca "las dos últimas veces que la he visto, he visto antes otras tantas películas suyas: «La Trampa» y ahora ésta", no me ha gustado nada, y que de no ser porque ella está en el reparto, lo más seguro es que hubiera pasado sin pena ni gloria. Catherine, que será, como ya les conté hace dos meses, la estrella de la década del 2000, del mimo modo que en la de los 90 lo han sido Demi Moore y Julia Roberts, sonrió, mientras Michael no decía nada. Tampoco quiso pronunciarse sobre la cuestión que apuntó Diandra el pasado 30 de agosto, la de «si quiere casarse, antes tendrá que divorciarse, a no ser que se haga musulmán», frase que ha dado la vuelta a medio mundo, «pues ésa es una cuestión entre nosotros. Lo que sí es cierto es que ella y yo estamos separados legalmente».
También está claro que lo de Michael y Catherine no ha sido, ni es, ni nos tememos que será, algo pasajero, sino todo lo contrario: muy duradero. Porque, o mucho nos equivocamos, o Diandra está ya a cientos de años luz del corazón del productor de «Alguien voló sobre el nido del cuco». Basta ver cómo se miran, o cómo caminan juntos "sobre una nube, parece, aunque lo hagan pisando los adoquines de la calle mayor de Valldemossa" entre la gente que los mira al verlos pasar camino del restaurante donde, muy a la española "pasadas las tres de la tarde" se disponen a almorzar.
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