Los niños guardan las fotografías que se hicieron con sus «padres» mallorquines. Foto: JOAN TORRES.

TW
0
PEDRO PRIETO Y JOAN TORRES Por espacio de cinco días hemos estado en la parte del desierto del Sáhara argelino fronterizo con Mauritania y Marruecos, al que se llega tras un viaje relativamente corto, pero que se hace largo a causa de las escalas obligatorias que tienes que hacer: Palma-Barcelona-Argel, con parada y fonda en un hotel del que la policía recomienda no salir, para continuar al día siguiente hasta Tindouf y penetrar en territorio saharaui.

ENVIADOS ESPECIALES AL SÀHARA

Una vez en la hamada "así se denomina el territorio que los argelinos han prestado a los saharauis", hasta donde abarca la vista no se ve más que cielo azul y tierras desérticas, cubiertas de arena y piedras, sin vegetación; tierras que no ofrecen absolutamente nada a quienes las habitan, salvo sustento a las 'jaimas', o tiendas de campaña, en las que viven los saharauis, un pueblo al que hace 25 años se le obligó abandonar por la fuerza el Sáhara, o lo que es lo mismo, sus propiedades, sus casas, su tierra y la de sus antepasados, ¡todo!, y del que recibimos cada verano, desde hace ocho o diez "o tal vez más" la visita de sus hijos más pequeños, los niños saharauis, como les solemos llamar. ¿Que por qué hemos ido hasta allí? Porque desde siempre nos ha llamado la atención saber cómo viven, soportando altísimas temperaturas y el fuerte siroco que lo pone todo perdido de arena, sobre todo el interior de las jaimas y casas de adobe en las que viven, así como las dependencias administrativas construidas con la fragilidad que aconsejaba la provisionalidad que todos pensaban que iba a tener ese exilio, pero que ya está durando un cuarto de siglo.