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El Gobierno ha manifestado su intención de combatir el consumo de alcohol y tabaco tratándolos como drogas a pesar de su legalidad. La cuestión es peliaguda por varias razones. Primera, porque son millones los españoles adictos a una de estas dos drogas legales o a las dos y en la mayoría de los hogares hay adultos que fuman y beben alcohol; segundo, porque las causas y las consecuencias sociales de estas drogas son completamente distintas a las de las otras y son, digamos, costumbres «bien vistas«; y tercero, porque al Estado el consumo masivo de alcohol y tabaco le reporta un negocio multimillonario a través de impuestos que le será imposible descartar.

Es loable, desde luego, el proyecto gubernamental de llevar la prevención a las escuelas, pero tendrán que preguntarse los responsables del nuevo Plan Nacional sobre Drogas por qué los chicos y chicas muestran tan temprano interés por estos productos y no por otros que tienen al alcance de la mano y que pueden igualmente reportarles enormes satisfacciones: el deporte, la lectura...

Está claro que si un chaval "y lo hacen miles cada día" decide acercarse al alcohol, al tabaco o a las drogas, lo hará por más impedimentos que los adultos le pongamos. Lo que hay que procurar es que ese mundillo pierda interés para ellos. Y eso es lo difícil, aportar a los adolescentes, a los niños, a los jóvenes todo un mundo de posibilidades estimulantes, entusiasmantes, emocionantes, que les lleven a percibir que la vida sin drogas, legales o no, es mucho más divertida.

Por desgracia, el ejemplo de la mayoría de los padres, el ambiente en el que viven "hay un bar cada veinticinco metros", y el actual sistema educativo "aburrido, generalista, difuso" no parecen caminos que conduzcan a hacer que nuestra juventud diga no a las drogas con alegría y decisión.