Acabamos de ver en Mallorca dos casos preocupantes de violencia:
los ataques de jóvenes a sus profesores, al parecer por motivos tan
intolerables como la venganza o la pura violencia. Los maestros
conocen de sobra el cariz que están tomando los hechos de unos años
a esta parte. Los niños, y sobre todo los adolescentes, no se
adaptan a la disciplina escolar con la misma sumisión de tiempos
pasados y hoy en día es cotidiano encontrar desmanes, insultos,
amenazas e incluso agresiones contra la autoridad que representa el
profesor.
En otros países del mundo, cuya influencia es innegable en
nuestra sociedad, la violencia en las escuelas se convierte en un
problema nacional. Recientemente en Francia se ha producido un
debate social a gran escala por el mismo motivo: la violencia
escolar. Padres y profesores se muestran impotentes a la hora de
controlar a algunos estudiantes. Y el problema ha llegado a tal
extremo que el Parlamento galo ha tenido que aprobar una ley que
permita poner orden en los colegios.
En nuestro entorno las cosas no han llegado tan lejos, pero los
conflictos se hacen cada vez más frecuentes y de mayor calado. Los
profesores tienden a achacar la agresividad de los chicos al
ambiente familiar en el que viven y los padres, muchas veces, se
desentienden de esa responsabilidad. Lo cierto es que en todos los
ámbitos de la vida el concepto de autoridad ha cambiado
drásticamente en las últimas décadas, en algunas ocasiones por
fortuna, y ya nadie se achica ante los abusos del que está más
arriba. Es labor de la familia, principalmente, el saber inculcar a
los niños el amor al conocimiento, la disciplina del aprendizaje y
el respeto a los demás. Si no lo conseguimos veremos en el futuro
situaciones aún más penosas que las vividas estos últimos días.
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