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Antònia Vicens siempre vio el ser cordadora de sillas como algo muy propio, muy cercano. Su madre y su tía dedicaron sus esfuerzos a ese oficio duro y poco gratificante... tanto, que, cuando era joven no quiso ni oír hablar de enea, cuerda o rejilla. Hace unos quince años se dio cuenta de la oportunidad que había dejado pasar. Ni corta ni perezosa, «exigió» a su madre que le enseñase todos los secretos. Ante el escepticismo de la progenitora, se puso manos a la obra: «Al principio, tanto ella como mi tía encontraron muchos defectos en lo que hacía.

Ahora, ya no me pueden decir nada», asegura, con orgullo, desde su taller de Pina.
Ella, aunque trabaja la cuerda y la rejilla (que trenza artesanalmente, si es que el cliente no quiere la industrial), siente auténtica pasión por la enea: «No tiene ningún mérito trenzar una silla con cuerda o rejilla porque, al fin y al cabo, puedes ir a un comercio especializado y comprar estos materiales. En cambio, con la enea es diferente, es algo muy nuestro. En s'Albufera hay bova, aunque sólo conozco a dos personas que se dediquen a recolectarla». Una vez en casa, el proceso para acabar convirtiéndose en silla es laborioso, aunque sencillo: «Se deben quitar las 'barbas' a la bova con un cuchillo.

Entonces se debe humedecer y así empezar el trenzado de la silla. Muchas veces llega tan sucia de s'Albufera que me he tenido que hacer con una gran pica para poder lavarla». Entre dos y tres horas y medio requiere una silla para que quede completamente nueva. Con manos delicadas, pero con determinación, y usando sólo dos palos de madera y dos horquillas de hierro, Antònia Vicens irá acabando su labor. Una vez terminado el asiento, se debe «rellenar» con las 'barbas' que se han cortado antes para que quede más mullido y se deben recortar todos los salientes.