En nuestras islas estamos acostumbrados a deslumbrarnos por el
intenso flujo de turistas que nos visitan, la lujosa visión de los
puertos deportivos abarrotados de impresionantes yates y veleros,
los exclusivos apartamentos en primera línea de playa y las
urbanizaciones con campo de golf. Parece que nuestra existencia
gira en torno a este nivel del que, en realidad, sólo goza una
minoría de elegidos.
En el otro extremo, ejerciendo de Pepito Grillo en nuestras
conciencias, está la voz de organizaciones como Cáritas, que
periódicamente elabora informes que nos dejan la moral por los
suelos y, éstos sí, firmemente anclados a la realidad.
En el último de estos estudios, centrado en la calidad de vida
de las zonas rurales de nuestro país, la entidad benéfica desvela
un dato preocupante y desmoralizador: Balears es la segunda
comunidad autónoma con el mayor número de hogares rurales que viven
en la pobreza extrema, o sea, con rentas por persona y mes cercanas
a las trece mil pesetas.
Habría que instar a los políticos "y también al resto de los
ciudadanos, por solidaridad" a intentar siquiera imaginar cómo
sería su vida con una renta semejante. Tendrían que prescindir
prácticamente de todo, incluso de lo más básico. Pero eso no suele
ocurrir. Siempre resulta más fácil imaginar cómo sería nuestra vida
si pudiéramos estar entre esos privilegiados que disfrutan de lujos
inalcanzables para la mayoría.
El problema es que por detrás de esa mayoría anónima de clase
media se esconde una minoría callada incapaz de hacer valer sus
derechos más elementales. En Balears, más del 25 por ciento de los
hogares rurales viven por debajo del umbral de la pobreza y, o bien
preferimos ignorarlo, o bien a nadie parece importarle.
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