Ayer se disputó el partido en el que el Valencia y el Barcelona
se jugaban una plaza para la final de la Liga de Campeones. Si se
hubiera hecho una encuesta a nivel nacional, la inmensa mayoría de
los ciudadanos habría dicho sin dudarlo un instante que el
encuentro era de los que con más mérito se han dado en llamar de
«interés general». Pero en el mundo del fútbol parece que cuando
don Dinero hace su aparición se olvidan todos los demás aspectos,
desde los deportivos hasta los populares. Por eso la mayor parte de
los ciudadanos de este país se quedó ayer sin ver el partido o,
mejor dicho, tuvo que conformarse con verlo en diferido.
En su día, cuando se firmaron los acuerdos de retransmisión de
los partidos de fútbol, el Gobierno aseguró que defendería a
ultranza la emisión en abierto de los encuentros de «interés
general». Acabamos de comprobar cómo las buenas palabras se las
lleva el viento y cómo ante la posibilidad de cerrar un buen
negocio se diluyen las influencias de todo un Gobierno.
Frente a ello están los intereses de las plataformas digitales y
de los propios clubes. Las plataformas digitales que, hasta el
momento, arrastran cuantiosas pérdidas, basan precisamente su
estrategia de programación en grandes eventos deportivos, en los
que la única opción para verlos es el paso por la taquilla. Los
clubes, por su parte, no podrían permitirse los fichajes de las
estrellas de la Liga si no contasen con la financiación que aportan
las transmisiones deportivas.
Lo triste es que el ciudadano de a pie, ése que llega a las ocho
a su casa después de una jornada de trabajo, tiene que conformarse
con programas sobre cotilleos, informativos y concursos de medio
pelo, mientras el fútbol "deporte nacional" se reserva a quienes se
lo pueden permitir.
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