Ayer se celebraba en todo el mundo la Jornada del Medio
Ambiente, que, como todas las celebraciones de este tipo, sirve
para recordarnos a los ciudadanos los problemas derivados de un
asunto de especial relevancia. Lo del medio ambiente tiene, desde
luego, su enjundia, porque la propia ONU advierte de que se ha
avanzado poquísimo "seguramente por no decir nada" en la resolución
de los problemas más graves que aquejan a nuestra pobre madre
tierra, y que son los mismos que sufre desde hace treinta años.
O sea, que la burocracia, el escaso o nulo interés de los países
más poderosos del mundo y la indolente actitud de la mayoría de los
ciudadanos están abocando al planeta a una situación irreversible.
La ONU nos recuerda aquello que más debe preocuparnos: el cambio
climático, la falta de agua, la superpoblación, la deforestación y
el modelo de consumo de los países desarrollados. Un panorama
desolador, pues el número de seres humanos sobre este mundo se ha
duplicado en sólo cien años y los recursos, obviamente, son los
mismos.
Está visto y comprobado que a las autoridades les importa poco
el tipo de mundo que dejarán a las generaciones futuras, puesto que
se fijan objetivos a corto plazo durante sus breves mandatos
políticos. Así que parece que la única solución viable a estos
problemas "al menos en la medida de nuestras pequeñas
posibilidades" está en manos de los consumidores. Es decir, que
cada ciudadano se conciencie de que tiene entre sus manos nada
menos que el futuro del planeta y actúe en consecuencia, rechazando
cualquier producto que venga en envases no reciclables, ahorrando
agua, comprando sólo detergentes biodegradables y procurando
generar menos basura...
Esos gestos, a escala mundial, significarían mucho. Y a nosotros,
en cambio, nos cuesta poco.
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