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El plató de la gran sacerdotisa Mercedes Milá se convulsionaba de emoción ante la esperada intervención de Mónica, que había llegado a los estudios de Tele5 con aire cansino, como el que ha sufrido mucho y hace un abnegado sobreesfuerzo ante sus verdugos. Total, que cuando le preguntaron cómo veía el asunto manifestó que era algo olvidado, que pertenecía al pasado. Pero, según afirmaban sus compañeras de meublé en una -sin duda difamante y pécora- revista había estado haciendo "bolos" hasta el día anterior a su entrada en Gran Hermano.

Y es que esas cosas de los enjuiciamientos emocionales y el calendario arrojan conclusiones muy peculiares. Total, que inmediatamente tras la salida de Marina la situación no era anoche nada halagüeña. Quedaban dinosaurios heridos como Iván, quien desde que ha visto descuajeringado su poder, ha perdido también kilos. Luego está Koldo, que empieza a resultar un repelente niño Vicente y que jamás se permite la menor reacción emotiva. Sin olvidar a Ismael, que es un lobo corrupio disfrazado de cordero lechal en las regatas. Y, por fin, un Iñigo, el Escatológico que no piensa abandonar la persecución implacable de Ania, que ya no sabe qué hacer para sobrevivir a sus imposiciones.

Desde estas líneas podemos asegurar que la nueva inquilina va a pasar un verdadero calvario y tememos tener que fundar una ONG para darle auxilio físico y espiritual (¿dónde estará el tomo IV del Padre Arrupeee?). Porque cuando Iñigo el Escatológico se convenza por fin de que cada vez que toca a Ania ésta corre al percatado para vaciarse, mirará a su alrededor y fijará su torva e inflamada mirada en la nueva. A partir de ahí, Sodoma, Gomorra y Andorra serán pura anécdota. Iñigo prefiere veinte achuchones a veinte millones y hará lo que sea por conseguirlo. Aunque esté en la primera línea del código penal.