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Es de suponer que su interpretación en las Carnestolendas de Calderón acabó de poner a mil a la audiencia, que hasta entonces había estado dudando si clavarle el machete a Mabel Misericordiae o a Koldo-Kafka; lo que es completamente seguro es que si algún director teatral que pensara contratar a alguno de los concursantes vio la «première», habrá quemado el precontrato, abriéndose las venas por la desesperación.

Y es que no hubo para menos: para empezar, las vestimentas parecían tricotadas por una modista enloquecida, sobre todo en el caso del vasco, que lucía un pichi ala de mosca sobre una blusita blanca en los altos y una falda como las de las niñas cursis de Torres de Malory. Ismael, en cambio, llevaba una especie de esquijama de Pierre Garau de color vinagre al estragón, bajo el tupé decolorado, como un cebollino transgénico. Y Ania se asemejaba a una de esas azafatas de feria de muestras medievales, que sirven tintorro en jarra de plástico a los turistas. Y todos, todos, todooos movían espasmódicamente las manos, espantando moscas, como los actoruchos del teatro regional de tercera.

La escena cumbre fue cuando Mabel Misericordiae salió con una de las gallinas en brazos y todo el mundo se preguntó si se avecinaba una escena erótica. Iván fue, oh sorpresa, el que produjo las náuseas más llevaderas. El cadaverino de Calderón se revuelve en su tumba.