La llegada del canciller alemán, Gerhard Schröder, marcará un hito en la historia del periodismo isleño: el secretismo y las medidas de seguridad que le rodean se han mostrado mucho más férreas que con toda la Familia Real española, que, aunque lleva escolta, se muestra mucho más discreta, pudiendo el Rey, la Reina, Príncipe e infantas confundirse con los ciudadanos de a pie.
Llegar a la casa elegida por el matrimonio Schröder y la hija de Doris, Klara, es algo difícil. Situada en Bunyola y propiedad de un matrimonio alemán, la casa parece vista desde el exterior más una fortaleza que un hogar. Esa actitud choca con la mantenida desde Marivent, donde hace años se deja entrar a la prensa (las fotos de la malograda Diana de Gales sentada en las escaleras con un vestido a rayas dieron la vuelta al mundo). Esa manera de hacer tal vez se deba a que el canciller piense que no es muy ético que él se tome vacaciones en un momento en que hay un centenar de muertos por el accidente del Concorde de París.
De todas maneras, ayer ocurrió algo realmente insólito: después de perseguir el canciller sin ninguna suerte apareció, como por arte de magia, tomando un agua mineral (sin gas) en la plaza de sa Llonja junto a su mujer, su hijastra Klara y el cónsul alemán, Christian Peter Hauke, como un turista germano cualquiera. En aquellos momentos el canciller se dejó tomar fotografías (siempre preservando la identidad de Klara) sin que surgiera ningún problema. Eso no pasó horas antes.
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