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La cita estaba catalogada de informal, de ahí que tanto Antich como Schröder acudieran vestidos «ad hoc». El saludo a la entrada del restaurante Vistamar de Valldemossa fue cordial. Había ganas por conocerse y charlar extroficialmente. Sesión de fotos y paseo por la finca hasta el mirador, donde se produjo una auténtica avalancha de cámaras de televisión y periodistas.

La prensa alemana, tras recibir el visto bueno de su «presidente», fue la primera en lanzar un rosario de preguntas intrascendentes, todas ellas relacionadas con la gastronomía local y sus impresiones sobre la Isla, obviando en todo momento otro tipo de cuestiones más candentes y polémicas como los problemas de xenofobia en su país. No hubo para más. Los servicios de seguridad alemanes tuvieron sus más y sus menos con algunos periodistas. El exceso de celo, que no venía al caso, creó cierta crispación en el ambiente. Solventado el mal trago, ambos se sentaron en la terraza para comer acompañados de Josep Moll, que hizo de traductor. Era el único que iba vestido con americana y corbata. Previamente, le fue entregado a Schröder un siurell de bronce y los libros «Miró y Mallorca», escrito por el presidente del Grup Serra, Pere A. Serra, y «Casas de campo y palacios de Mallorca». Ambos libros en la lengua de Goethe.

La comida transcurrió en un clima agradable, en el que todos ellos degustaron una picada de calamares, gambas a la romana, frito de marisco, tumbet y trampó. Un mero a la mallorquina y una pirámide de chocolate blanco con fruta completaron el resto del menú, que estuvo regado con un blanco chardonay Son Bordils. Una hora duró el encuentro a manteles, ya que de improviso el canciller alemán se levantó de su mesa y estuvo hablando por espacio de 35 minutos con dos periodistas, dejando al anfitrión Antich esperando como si tal cosa. Al parecer Antich se lo tomó con mucha filosofía, ya que en su opinión durante la hora que pudieron intercambiar opiniones hubo tiempo suficiente para «todo».