A pocas semanas del inicio de la liga española de fútbol, las
reuniones para cerrar fichajes se celebran contra reloj y las
cifras que se barajan para conseguir los servicios de éste o aquel
jugador son cada día que pasa más desorbitadas. Todos nos quedamos
con la boca abierta cuando se hacen públicas las «nóminas» que
cobrarán algunos futbolistas por convertirse en las estrellas que
lleven el timón de sus equipos a buen puerto. Y a renglón seguido
nos encogemos al compararlas con los salarios «reales», esos que
cobra la gente de carne y hueso por emplear ocho horas diarias
durante casi toda su vida a cambio de mantener una existencia
digna.
El mundo del fútbol "otros deportes también, como la NBA
norteamericana" se está sacando de quicio. Se dice desde hace años,
pero a medida que pasan las temporadas el desquiciamiento es más y
más escandaloso. En esto ocurre como en el mundo del celuloide,
donde hay «estrellas» que se llevan tres mil millones de pesetas al
bolsillo por trabajar durante los tres meses que dura el rodaje de
una película. Pero la sola presencia de su nombre en el cartel
procura a la productora muchos millones de pesetas más en taquilla.
El balompié viene a ser lo mismo. Desde que los equipos se
convirtieron en sociedades anónimas, es decir, en empresas, el
baile de millones se ha disparado. Pero también es cierto que
algunos clubes arrastran enormes bolsas de deudas que no consiguen
sanear y disponen de presupuestos tan fuera de órbita como son
veinte mil millones.
Volviendo a la realidad, podríamos preguntarnos cuánto
deberíamos pagar a un cirujano que salva vidas humanas, a un
artista que crea obras sublimes, a un arqueólogo que nos desvela
las claves de nuestro pasado... En fin, que en este mundo de locos,
el único mérito de los mejor pagados es saber darle al balón con el
pie.
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