En la mañana de ayer volvíamos a recibir la trágica noticia de
la muerte de una persona a manos de los terroristas de ETA, el
concejal del PP en el Ayuntamiento de Sant Adrià de Besòs José Luis
Ruiz Casado, que recibía dos tiros en la cabeza, el primero de
ellos por la nuca y mortal de necesidad. Ruiz Casado es uno más en
una lista de víctimas que parece interminable. Y lo que es peor es
que muchos se preguntan quién va a ser el siguiente.
Frente a las condenas unánimes de todas las formaciones
políticas, emerge la imagen del eurodiputado de Euskal Herritarrok,
Koldo Gorostiaga, intentando dar razones a la sinrazón en el
Parlamento Europeo, intentando justificar lo que fue pura y
simplemente un asesinato.
No se puede pretender, bajo ningún concepto, que se use la
muerte como amenaza constante para imponer unas ideas políticas.
Eso es, por definición misma, una dictadura, y contra eso deben
estar todos los demócratas del Estado, nacionalistas,
conservadores, socialistas o comunistas. Cada uno con su defensa de
un modelo de país diferente y con discrepancias notables, pero
siempre desde el diálogo, desde la confrontación dialéctica.
Hechos como el de ayer pretenden amedrentar a la sociedad, en
cualquier lugar de la geografía española, aunque en especial
pretendan hacerlo en el mismo País Vasco. Y eso es lo que hay que
evitar a toda costa. Pero para ello es preciso que los partidos
políticos se muestren unidos frente al enemigo común, que no es
otro que el terrorismo.
Frente a los asesinatos, los cócteles molotov, los secuestros y
tanta violencia, debe responderse con serenidad y desde la
democracia, con cuantas movilizaciones pacíficas sea preciso, sin
caer en el desánimo, pero con la garantía de que los políticos van
a estar a la altura de las circunstancias.
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