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El trece de septiembre pasado regresó la expedición diocesana que, formada por 138 personas entre sacerdotes, religiosas y seglares, peregrinó a Tierra Santa para cumplir con el Jubileo del año 2000.

Con ellos, y en representación del obispo de Mallorca, viajaba el vicario general, Andreu Genovart, quien recuerda «algunos momentos profundos y vívidos», como fueron las renovaciones de promesas sacramentales: «La renovación del Bautismo que hicimos en el río Jordán, del Sacerdocio en el Cenáculo o del Matrimonio, por parte de los fieles seglares, en Canaá, supusieron instantes de emoción para todos». Considera que «el viaje fue un éxito, pues reinó la fraternidad, ya que éramos muchas personas».

También Felip Guasp y Guillem Rosselló, sacerdotes de la Diócesis mallorquina, vuelven convencidos de que la experiencia ha sido muy positiva. «Para un cristiano, visitar los lugares donde transcurrió la vida de Jesús es... inolvidable», afirma Roselló.

Aunque la época no ha sido la mejor para viajar a Israel y Palestina "se prevé que este año, con motivo de la celebración del Jubileo, las visitas a Tierra Santa alcancen la cifra de cinco millones-, el espíritu de la expedición no era turístico y las largas colas y el jaleo no impidieron que los viajeros visitaran los Santos Lugares. Las ciudades de Jaffa, Telaviv, Nazaret, Canaá, Belén o Jericó, fueron «altares» para celebrar la Eucaristía. La Basílica de La Dormición o de la Asunción, edificada sobre el lugar desde donde se supone que la Vírgen ascendió a los cielos; la gruta del Nacimiento, en Belén; el Santo Sepulcro o la Vía Dolorosa, entramado de callejuelas por las que Jesús subió al Calvario con la cruz a cuestas, fueron escenario del peregrinar. «Muy fuerte», explican los sacerdotes, «fue la sensación vivida en el Huerto de Getsemaní, porque allí rezó Jesús antes de aceptar la muerte...».