Cuando ya han regresado los últimos deportistas españoles que
han participado en los Juegos Olímpicos de Sydney llega la hora de
hacer balance y, aunque a nivel de Mallorca el resultado puede
considerarse positivo con las medallas de oro de Juan Llaneras, la
de plata de Albert Luque, como jugador de la selección de fútbol, y
la de bronce de Marga Fullana, el resto puede considerarse un
absoluto fracaso. Y es que nuestro país debería estar en el
medallero a la misma altura o similar que otros de nuestro entorno
como Francia e Italia. Pero esto es realmente difícil si se produce
un progresivo descenso de las becas o de las aportaciones tanto del
Estado como de empresas patrocinadoras desde Barcelona '92 hasta
estos últimos juegos.
Nadie cuestiona que los deportistas aspiran a estar en lo más
alto del pódium. Por ello, las razones del fracaso olímpico español
hay que buscarlas en otros lados. Hay que cuestionar ya la validez
del plan de Ayuda al Deporte Olímpico (ADO), que funcionó en los
juegos celebrados en la Ciudad Condal, pero que parece ya
desfasado. Las ayudas a los deportistas son absolutamente
insuficientes y puede que en el fondo de todo esto esté el hecho de
que en cuatro años ha habido tres ministros de Cultura y Deporte y
cuatro secretarios de Estado del ramo, aunque ésta no debería ser
razón suficiente. Y es cierto también que muchas de las
federaciones deportivas están anquilosadas, con unos dirigentes que
llevan demasiado tiempo en el cargo y que se han acomodado en
exceso.
Por otra parte, la renovación en el deporte de elite no se
produce al ritmo que sería deseable y en ello influyen, sin lugar a
dudas, la escasa promoción y ayudas al deporte base, que debería
ser la cantera de la que surgieran los futuros campeones olímpicos.
Mientras esto no suceda, las decepciones pueden ser continuas. Pero
ahora es el momento ya de que se comience a trabajar pensando en
Atenas.
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