Un sonoro aplauso a las 12.23 horas fue la señal que permitió
intuir que la luz había vuelto, al menos en parte, a Son Sant Joan.
Hasta entonces, y durante casi siete horas, el aeropuerto había
estado literalmente «entre tinieblas». También es cierto que
incluso en circunstancias normales el edificio no es lo que
llamaríamos un modelo de luminosidad, si se exceptúa el solarium,
especialmente concurrido ayer por gente que aprovechó la larga
espera para terminar de pulir ese color moreno que tanta envidia
produce cuando uno vuelve a casa.
Diversos aficionados al fútbol iban a Barcelona para ver el
Barça-Madrid. Mariana Riera iba con unas amigas a ver el partido, y
la única certeza que tenía era cuál iba a ser el resultado final,
«ganará el Barça por tres a uno». No funcionaron ni siquiera las
pequeñas luces de emergencia que habrían permitido a los empleados
del aeropuerto acceder a las diversas dependencias sin
problemas.
Para poder entrar en las oficinas de atención al público,
cerradas electrónicamente, muchos empleados tuvieron que emplearse
a fondo, no quedándoles más remedio que romper puertas y
mostradores. Los anuncios de los vuelos retrasados se hacían en una
pequeña pizarra blanca lavable. Gracias a una gamuza «mil usos» y a
un rotulador verde fueron actualizándose todos los datos. A partir
de las doce y media empezó la vuelta a la normalidad.
Durante las casi siete horas de crisis energética, se sirvió
agua gratis en los bares, pero no fue posible servir comida ni
bebidas calientes. En situaciones especiales, como la vivida ayer,
no suelen faltar nunca pequeños gestos de heroísmo. De entre todos,
podríamos destacar el de aquellos valientes que, a tientas, fueron
entrando con decisión en los aseos públicos, haciendo frente a lo
desconocido.
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