ETA ha vuelto a segar la vida de tres personas y a dejar
pendiendo de un hilo la de una cuarta víctima, además de producir
serias heridas a numerosos ciudadanos y daños materiales cuantiosos
en un barrio madrileño que aún tardará mucho en recuperar la calma
y la confianza.
Mientras destacados dirigentes políticos de uno y otro bando se
enzarzan en eternas discusiones dialécticas sobre este o aquel
matiz en las pancartas que deben encabezar las manifestaciones
contra el terror etarra, los asesinos "con la cabeza bien fría y la
eficacia propia de una máquina de matar" escogen víctimas, les
apuntan y disparan. Ayer fue un coche-bomba que se ha llevado por
delante tres vidas humanas, días atrás era un tiro en la nuca,
mañana quién sabe...
El atentado de ayer "nuevamente contra la judicatura" pudo
convertirse en una tragedia aún mayor, por la hora y el lugar
elegidos para el crimen. Al final, se hace patente que las medidas
de seguridad que pretenden proteger a personas amenazadas, de poco
sirven si el elegido está ya bajo el punto de mira de los asesinos.
Y del mismo modo, se hace bien evidente que es necesario hacer algo
más. No basta con decir, como hizo el alcalde de Madrid al visitar
el lugar de la tragedia, que «no nos rendiremos». Quizá las medidas
que se estudian para que los presos etarras cumplan íntegramente
sus condenas; tal vez la unidad política contra la barbarie que se
ha defendido siempre y que hoy está hecha añicos. Desde luego, hay
que defender una acción policial contundente y sin ambajes, en
todos los frentes abiertos, desde la protección de las posibles
víctimas, hasta la persecución de la violencia callejera, que hoy
casi pervive en la impunidad, pasando por la colaboración
internacional y el cerco sin tregua a los comandos operativos.
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