Tras una semana de locos en la que las fuerzas de seguridad han
conseguido detener a varias personas presuntamente relacionadas con
ETA, incluso se ha anunciado la desarticulación del renovado
Comando Vizcaya y los bestias han intentado asesinar a una pareja
de periodistas en San Sebastián, el fin de semana "como viene
ocurriendo desde hace años" volvió a convertirse en el reino de la
violencia callejera, ese terrorismo de baja intensidad que nadie
parece ser capaz de controlar.
En numerosas ocasiones se ha acusado a la Ertzaintza de no
combatir con decisión esa lacra social que los vascos
"afortunadamente ese fenómeno todavía no se ha «exportado» a otras
comunidades" se ven forzados a soportar con resignación.
Últimamente, a las entidades bancarias se han unido las agencias de
viajes en la lista de objetivos a destruir por parte de esos
mocosos tarados que, seguramente pasados de tragos o de quién sabe
qué, dedican su tiempo libre a incendiar locales a altas horas de
la madrugada.
Llama la atención que no se dediquen más esfuerzos a averiguar
quién, cómo, dónde y qué medios están detrás de esa estratagema
para impedir que todo un pueblo viva en paz. Porque está claro que
estos chicos entrarán tarde o temprano en asuntos mayores y pasarán
a ocupar los huecos dejados por los asesinos capturados. Basta
comprobar qué edades tienen los jóvenes detenidos en las más
recientes operaciones policiales y cómo tratan de ocultar con
nombres muy vascos apellidos que no lo son. Todos por debajo de los
treinta, chicos y chicas que han nacido con la democracia y
conocerán "si se han molestado en aprenderlo" la historia de la
represión y de la dictadura de oídas. Los nacionalistas sensatos
están apañados si éstos son quienes tienen que defender sus
ideales.
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