Ernest Lluch ha sido calificado como «un amigo del pueblo vasco
y firme defensor de las libertades y la democracia». Toda su vida
lo demostró y, precisamente, por eso, ha sido asesinado por ETA,
una organización que pisotea vilmente las libertades y derechos de
todos los españoles "empezando por el más sagrado, el derecho a la
vida" y, en especial, de los vascos. Y ha hecho coincidir este
siniestro crimen con la conmemoración del 25 aniversario de la
llegada al trono de Juan Carlos I, que fue aclamado unánimemente
cuando, emocionado, proclamó en su discurso la necesidad de
mantener la unidad política contra el terrorismo.
Apenas unas horas antes, el lehendakari Juan José Ibarretxe
había pedido que el Rey intercediera para sacar a la sociedad vasca
del atolladero en que se encuentra. Pues bien, ya lo ha hecho. Y,
justamente, con una velada reprimenda hacia los nacionalistas
vascos que, habiendo hecho gala durante un siglo de su firme
apuesta por la democracia, han querido tender la mano en los
últimos meses a quienes justifican las matanzas etarras amparándose
en sus sueños independentistas. También ha querido el Rey llamar la
atención sobre esta ridícula "y trágica, a la larga" actitud que
mantienen los distintos partidos políticos de atacarse unos a otros
en vez de formar un frente común, implacable, contra la violencia y
la muerte.
Todos los parlamentarios, y los ciudadanos de a pie también,
deberán reflexionar seriamente sobre las palabras de don Juan
Carlos. En estas circunstancias, la muerte de Lluch significará un
antes y un después en la lucha política contra ETA. Este crimen
obliga a quienes más enconadas mantienen sus posturas "José María
Aznar con su empecinado «vacío» hacia el PNV, y Xabier Arzalluz,
con sus provocativas declaraciones" a dar su brazo a torcer para
facilitar el diálogo que conduzca al entendimiento. Sólo así se
puede conseguir la paz que la sociedad exige.
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