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Un par de tardes a la semana, después de trabajar duro para sacar adelante una casa en la que vive con su marido y seis hijos, doña Antonia Salinas acude al Centro de Cultura Popular de la calle Constitución con Chacaltaya, en la zona norte de la Paz, una zona periférica plagada de calles, calzadas y aceras pobres. «Antes no sabía ni leer ni escribir. Ahora, además de eso ya puedo hablar en público sin que me de vergüenza y no me siento inferior cuando veo a un señor con corbata», explicó a nuestra compañera Mar Comín.

El Centro de Cultura Popular es una obra de educación permanente a la que acuden cerca de 600 mujeres, mayoritariamente madres de familia. A cargo de los Misioneros Oblatos, en este centro se enseña a la mujer a recuperar sus potencialidades, a valorarse frente a la discriminación a las que les someten los hombres para conseguir un mejor nivel de vida, de familia, de población y de país, en general. «Cuando la mujer deja de ser un sujeto excluido y marginado, tiene grandes posibilidades de contribuir al desarrollo de su zona y de influir en otros sujetos y espacios», dice el oblato Jorge Wavreille.

En el centro se imparten diversos programas como el de participación ciudadana, clases de corte y confección, panadería y repostería, creatividad y expresión, además de talleres de cocina alternativa para recuperar la alimentación tradicional andina, jornadas de sensibilización en temas de medio ambiente y cursos sobre salud preventiva y reproductiva o nutrición.

«Uno de los principales problemas es que muchas de estas mujeres y sus familias sólo acuden al médico en casos extremos porque cuando se tiene que elegir entre comer o ir al doctor casi siempre gana el hambre», dice Daniel Miranda, el doctor que dirige las charlas educativa en salud. «El objetivo de éstas "dice" es que las señoras aprendan los síntomas de enfermedades y que no deben de tener miedo de acudir al médico porque el medicamento puede convertirse en veneno si no es recomendado por éste», añade el doctor.