Cerca de doscientas cincuenta mil personas, según fuentes del Ajuntament, se acercaron hasta la bahía de Palma para admirar unos fuegos artificiales que maravillaron a todos quienes se acercaron hasta la zona para disfrutar del espectáculo. Cinco mil kilos de pólvora, ubicados en los nuevos pantalanes del Port, se quemaron en apenas veinticinco minutos. A partir de las 17.30 horas se habían cerrado los accesos al casco antiguo para el tránsito rodado, y a partir de las 19.00 horas se cerraron en el Passeig Marítim. A partir de las 19.45 empezó a desviarse el tráfico proveniente de la autopista que conduce a Son Sant Joan.
A partir de las 18.00 horas la EMT puso en marcha un servicio especial de seis autobuses desde cuatro puntos diferentes de Palma para llegar hasta Sa Faixina. Tras el espectáculo, los autobuses salieron desde allí hacia su punto de origen. Poco antes de las ocho de la noche una ríada de ciudadanos se dirigía, relajada, hacia las cercanías del Passeig Marítim. «Te dije que a estas horas ya no podríamos aparcar el coche», «la culpa es de tía Eustaquia, que no acaba de arreglarse nunca», «¡Vaya, me he dejado a la tía en el coche!».
Cerca de las ocho de la noche la bahía de Palma estaba casi a oscuras. Algún ciudadano despistado debió pensar que se trataba de un fallo eléctrico o de una situación de preguerra con alguna potencia extranjera. Quienes sí debieron creer que estábamos en guerra eran los pobres estorninos que se encontraban en el Passeig Marítim a esas horas. Con todo, los pobres estorninos, una vez recuperados del estruendo y con el ala aún acelerada, debieron pensar que en esta ocasión se les estaba espantando con mayor sensibilidad, elegancia y colorido que en anteriores ocasiones.
El Aiguafoc empezó puntual, tal y como estaba previsto, es decir, con cinco minutos de retraso. «Parece que se nos van a caer encima» comentaba la gente, entre la admiración y un punto de incertidumbre, al ver los fuegos artificiales en el cielo. También eran frecuentes expresiones llenas de satisfacción, «¡Oh!», «¡Ah!», y algunas igualmente admirativas pero que, por educación, es más adecuado no reproducir. Las diferentes figuras iban, con gran precisión, dibujándose y sucediéndose en el cielo casi sin descanso, aunque algún cohete algo rebelde decidiera seguir su propio camino.
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