El primer «duelo parlamentario» en el debate del estado de la
nación "el quinto al que se enfrenta el presidente desde que ocupa
La Moncloa" entre José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero
se ha escorado a favor del primero cuando muchos ciudadanos
esperaban ansiosos que el líder de la oposición diera un repaso a
fondo de la realidad española y fuera capaz de poner contra las
cuerdas al primero. Lo cierto es que, para tratarse del primer cara
a cara en un debate de estas características, el líder socialista
ha salvado con buen pie este primer examen. Por hacer uso de un
símil pugilístico, la ventaja de Aznar fue por la mínima y a los
puntos, más por la inexperiencia del contrario que por sus propios
méritos.
El presidente del Gobierno describió un país idílico que obvia
algunos de sus más preocupantes problemas. Aunque habló largo y
tendido sobre terrorismo, se «olvidó» de la precariedad del empleo,
de los aún altos índices de paro, de la siniestralidad laboral, de
las largas listas de espera en la sanidad pública, de su fracaso en
las elecciones vascas, de los casos de corrupción, de su reiterada
negativa a sentarse frente al PNV para hablar de Euskadi, del
problema de la inmigración... en fin, un discurso que algunos
miembros de la oposición han tildado de «irresponsable» por
describir una «realidad virtual» o un «país de las maravillas».
Ante ese panorama parecía fácil retarle desde la tribuna a dar
explicaciones, a posicionarse y a enfrentar la dura realidad que
viven muchos españoles. Zapatero, desde la nueva postura de los
socialistas, que pretende evitar crispaciones propias de otras
épocas que hay que evitar a toda costa, aludió a asuntos como el
centenario de «El Quijote», la investigación y la reforma del
Senado. La faltó profundidad en su intervención, aunque ciertamente
apunta buenas maneras.
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