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Ahora que tanto se habla de organizaciones altruistas, o supuestamente altruistas en otros casos, no gubernamentales, o en ocasiones solapadamente paragubernamentales, no tenemos presente muchas veces a una de las más consistentes y antiguas de todas. Nos referimos a la Cruz Roja, cuya desinteresada labor está inscrita ya en el sentir humanitario de todo el planeta. Fundada por el filántropo suizo Henri Dunant, al amparo de la naciente Convención de Ginebra de 1864, ha venido desempeñando desde entonces en sus correspondientes secciones, internacional y nacionales, una tarea que, por habitual, no recibe quizás todo el reconocimiento que merece.

Tal vez ahora, con motivo de celebrarse el «Año Internacional del Voluntariado», sería un buen momento para rendir un homenaje y prestar apoyo al organismo y las personas que hacen posible ese fenómeno de solidaridad en un mundo progresivamente insolidario. No se trata tan sólo de bellas palabras. Digna desde sus primeras iniciativas, la Cruz Roja viene respondiendo a los deseos expresados por su fundador en todo lo concerniente a la asistencia al prójimo. Y tal vez convendría recordar aquí el espíritu que inspiró a un Henri Dunant que repartió toda su cuantiosa fortuna en obras de beneficencia, hasta el punto de tener que acabar viviendo del periodismo.

En la guerra y en la paz, encontramos a la Cruz Roja donde debe estar, prestando ayuda a aquél que la necesita. Y el alma de ella la confoma ese voluntariado que de forma desinteresada cede buena parte de su tiempo y su esfuerzo, en la convicción de que así ponen su grano de arena en la creación de un mundo mejor. Jóvenes y no tan jóvenes "por cierto, qué gran campo de actuación para jubilados y gentes que muchas veces no saben en qué invertir su tiempo" desarrollan a diario una labor que no podemos dejar de agradecerles. Vaya desde aquí nuestro más sincero homenaje para ellos.