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Aproximadamente 34 mujeres han muerto este año a manos de su cónyuge; al menos dos de cada cuatro españolas han sido objeto de agresiones sexuales y millones de chicas han padecido el acoso incesante de algún hombre de su entorno. Ante este panorama desolador, ¿qué debemos hacer? Es una pregunta fácil de formular pero difícil de responder. Evitar cualquier agresión sexual, por mínima que sea, no es fácil. Por esta razón, Metges del Món llevó a cabo ayer un curso intensivo de autodefensa personal para mujeres o wendo, basado en técnicas de defensa creadas por un grupo de canadienses hace 35 años a partir de diferentes artes marciales, con el fin de reaccionar ante posibles agresiones.

Con la escasa ilusión de reunirme con el típico grupo de feministas íntegras, y por orden expresa de mi superior, me encaminé a participar en esta supuesta revancha femenina. Nada más lejos de la realidad. Después de una breve charla sobre el derecho de la mujer, al que me sumo sin rechistar, de poder caminar libre y segura por la vida, Nina Parrón, profesora del curso, nos encomendó a todas las presentes la difícil tarea, sobre todo para una mujer, de no comentar todo lo que allí íbamos a aprender a ninguno de los hombres que conociésemos o pudiésemos conocer en un futuro. Tras este utópico juramento de secretismo, el taller tomó una vertiente mucho más práctica.

La enseñanza de las pautas esenciales comenzó por el reconocimiento de la distancia de seguridad que debemos guardar en ciertos momentos, para continuar por la expulsión del grito asertivo, y no histérico y miedoso que solemos proferir nosotras ante una tensa situación, para asustar al enemigo; finalizando con el aprendizaje de los golpes más útiles. Por simple que parezca, la sesión resultó mucho más complicada de lo que yo misma imaginé. No sólo se trataba de aprender técnicas físicas, sino que era el momento de reencontrarse cara a cara con los temores femeninos, herencia de una mentalidad machista.

El objetivo no era salir a fuera desde el revanchismo y la venganza, sino desde la libertad y la tranquilidad. Andar por la vida con la frente bien alta, como nos dé la gana, sin tapujo ni miedo alguno es un derecho que la mujer tiene, al igual que el hombre. Rescatar esa seguridad en nosotras mismas no es nada fácil, los fantasmas merodean continuamente por nuestra vera. Por esta razón, me uno, al igual que mis compañeras, a la iniciativa de Holanda y de muchos países más desarrollados ideológicamente hablando de introducir esta enseñanza, necesaria en la vida de toda mujer, en las escuelas como una asignatura más.