El anuncio de una empresa norteamericana de la clonación del
primer embrión humano ha vuelto a reabrir el debate sobre este
polémico asunto. En un extremo se sitúan quienes defienden el
desarrollo de la técnica que, según apuntan los científicos,
permitiría la curación de numerosas enfermedades mediante la
creación de células madre capaces de actuar en diferentes órganos.
En el otro lado están quienes consideran ya al embrión como un
organismo vivo sobre el que nadie puede decidir su eliminación o
modificación, aunque sea con fines terapéuticos.
Pese a ello, existen expertos que discrepan del «éxito» de la
clonación llevada a cabo y dudan de las capacidades que tenemos
para desarrollar técnicas adecuadas para poder afrontar nuevos
tratamientos.
Aunque bien es verdad que la mayor parte de la comunidad
científica sí augura muchas posibilidades en un futuro no tan
lejano. No obstante, todo el mundo está de acuerdo en que debe
evitarse a toda costa que la clonación humana pueda caer en las
manos de gente sin escrúpulos, lo que, sin duda, representaría un
serio peligro.
Como suele suceder casi siempre, la ciencia avanza por delante
de la legislación y del control de los gobiernos y eso plantea
numerosos riesgos. Debe, evidentemente, elaborarse una legislación
que permita controlar quién, cómo y hasta dónde se puede llegar. Lo
que no se entendería es que, si un avance como este permite que
muchas personas puedan sanar o mejorar su calidad de vida gracias a
ello, se levantara una prohibición, basada más en el temor que en
un razonamiento sereno y mesurado. De todos modos, el debate está
abierto y lo que parecía tan sólo hace unos años ciencia ficción es
una realidad palpable a la que debemos empezar a
acostumbrarnos.
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