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Las aguas parecen volver a su cauce en el Ajuntament de Palma después del rifirrafe del último pleno municipal y el lamentable asunto de las medallas de oro de la ciudad.

Es lógico que se produzcan discrepancias políticas entre los grupos de la oposición y el equipo de gobierno, pero lo que es intolerable es tanto la incapacidad para llegar a un acuerdo consensuado para reconocer los méritos de unos ciudadanos, como que se llegue a un mercadeo de medallas en función de ideologías. Tampoco puede aceptarse que el supuesto consenso en torno a unos candidatos se convierta en realidad en otra cosa muy distinta: que deba negociarse el apoyo a una propuesta conservadora a cambio de que se vote a favor de una propuesta de izquierdas. O viceversa. ¿Es tan difícil encontrar personajes que merezcan el reconocimiento unánime de los palmesanos sin entrar en cuestiones políticas? Palma ha superado aquellos años en que las bolas negras evidenciaban el veto a un candidato. Pero este año ha habido otras bolas negras, menos explícitas pero igualmente dañinas para la imagen de unos candidatos, que finalmente han sido las víctimas inocentes de una batalla que no era, obviamente, la suya.

Por otra parte, el supuesto uso indebido de fondos públicos ha sido el desencadenante de un violento enfrentamiento verbal entre el PP y la oposición. El equipo de gobierno pasó al ataque y censuró al PSM que hubiese utilizado sobres y franqueo municipal para material no institucional. Ayer mismo, en un gesto que le honra, el PSM devolvió 417.620 pesetas a la espera de que se aclare esta cuestión. Así debe ser: que se aclare hasta el final qué gastos debe pagar el Ajuntament y cuáles cada grupo político, pero no en función de pactos espúreos. Que se haga con luz y taquígrafos, sin componendas a las espaldas de los ciudadanos: yo no critico tus gastos si tú no criticas los míos. Hay una barrera que no debe traspasarse y es la defensa de los intereses de la ciudadanía.