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La gran mayoría de inmigrantes pasará estas fiestas junto a un ordenador, comunicándose vía Internet, o en un locutorio, esperando interminables horas el turno para poder estar en comunicación con sus padres, sus esposas o sus hijos. Anhelando ansiosos el instante de escuchar sus voces lejanas, cargadas de emoción. Esas serán sus Navidades dentro de un locutorio». Estas palabras, pronunciadas por la argentina Lia Sisti, encierran la cruda realidad que padecen los inmigrantes afincados en Mallorca. Ellos tuvieron que dejar su país natal y por supuesto a sus familiares, huyendo de los problemas sociales y económicos que sufrían, para probar suerte en un rincón desconocido que les brindaba la posibilidad de construirse un mejor futuro.

Son muchos los extranjeros, con o sin papeles, que decidieron escoger nuestra isla para probar suerte. Ahora, lejos de su verdadera identidad, deben luchar contra la melancolía y la añoranza que sienten por la lejanía que les separa de los suyos, algo especialmente duro en estas fechas navideñas que, para los países de tradición cristiana, significan, sobre todo, estar en familia. Raúl Fernández, natural de Perú, lleva tres años residiendo en la Isla. Después de distintas estancias durante cuatro años por países europeos, Raúl se plantó aquí. Está casado con una mallorquina y reconoce que se ha adaptado fácilmente a las costumbres de aquí, que no se diferencian mucho de las de su país, pero que aún así echa mucho de menos a su familia. En cuanto a la comida, el pavo y la lechona rellena son los platos más servidos en Perú por estas fiestas. El marisco, al contrario que aquí, ni se prueba. El panetone, herencia de la gastronomía italiana, es el postre por excelencia.

Hace 21 años que los suecos Ulf y John Bladh, padre e hijo, pasan las Navidades fuera de casa. Hace algunos años que perdieron a la matriarca de la familia, y por esta razón no celebran de manera exagerada estos días festivos. Siguiendo la tradición de Suecia, en Nochebuena organizan una pequeña cena a base de productos típicos como el cerdo, los arenques y el pavo; para postre las tradicionales galletas de jengibre. «Lo que más pesa es la soledad, ya que estas fiestas son para pasarlas en compañía de todos tus seres queridos», destaca Ulf.

Para la colombiana Luz Vélez ésta es su octava Navidad lejos de casa. Antes de instalarse en Palma, ahora hace tres años, residió en Galicia. «Al principio era muy duro, pero el tiempo lo cura todo. Ahora ya me he adaptado y, a pesar de que tengo algunos parientes muy lejos, en Mallorca ya disfruto de una familia, ya que tengo a mis hijos, mis hermanas y mis sobrinos», concreta. En cuanto a la idea de desplazarse hasta su país en esta época, Luz reniega contundentemente; «la situación de inseguridad que se padece allí frena cualquier ganas de visitar a los tuyos», explica.

Al igual que el resto de los sudamericanos, Luz destaca que las fiestas allí son mucho más alegres y bulliciosas. «Para Colombia, las Navidades empiezan el siete de diciembre, a partir de ese momento la alegría se apodera de las calles». Los platos típicos de allí son los tamales, un envuelto de maíz con verduras forrado de una hoja de plátano, y las natillas y los buñuelos a base de queso para el postre. Dos tradiciones que cabe destacar: la vuelta a la manzana, con maleta en mano, por parte de los que van a viajar para conseguir la suerte en su cruzada; y la quema de un muñeco, relleno de pólvora, para despedir el año. Esta última tradición la comparten con sus colegas, los ecuatorianos. Lorena y Gladis Méndez salieron de ese país hace dos años. No han sido tiempos fáciles para ellas; el recuerdo de los suyos reina en su corazón, y más en estas fechas. Además este año ha sido mucho más triste, debido al repentino fallecimiento de su madre. Una tristeza que se acentúa por la imposibilidad de darle el último adiós, debido a los problemas económicos que padecen.

El argentino Luis Garese sólo tiene halagos hacia la sociedad mallorquina. A pesar de llevar tan sólo cuatro meses en la Isla, y del sentimiento de añoranza que siente por estar sin los suyos, Luis confiesa que se siente muy a gusto en esta tierra y que piensa quedarse por mucho tiempo. «Mallorca me ha dado la tranquilidad y el orden que tanto necesitamos los argentinos en este momento». La caótica situación a la que está sometida Argentina, ha provocado una oleada de emigración hacia otros países en busca de sosiego. «Cuando un niño se siente a disgusto en seguida acude a casa de los abuelos; para nosotros España es la casa de nuestros abuelos. Aquí la gente está feliz, y esta felicidad nos la contagian», agradece Luis, aunque deja claro que el inmigrante debe instalarse en territorio ajeno sin prepotencia; «la integración significa mutuo respeto entre los dos bandos».